Por: Juan Restrepo
Ganó Nicolás Maduro. Mejor dicho, ganó Raúl Castro. La quietud que ha vuelto a las calles de las ciudades venezolanas, el desconcierto de la oposición; la frustración de los manifestantes —que no han tenido en los líderes políticos opuestos al chavismo una iniciativa que ofreciera opción de regreso a la democracia—, la instalación de la Asamblea Constituyente. Todo indica que esta nueva Cuba no tiene marcha atrás. Y, por si fuera poco, Maduro recibe un balón de oxígeno en forma de amenaza de acción militar por parte de Donald Trump.
Hace unos años, mientras ejercí de corresponsal o enviado especial durante algún conflicto, tenía dos indicadores de que una historia había acabado y era cuando algún colega decía: “reina una tensa calma”, o cuando los periodistas empezaban a entrevistarse entre ellos mismos. Esta vez no he visto mucho de esto último pero sí mucho analista pensando con el deseo, mucho recuento de las infamias cotidianas del régimen, del cinismo de quienes desde afuera lo apoyan. Pero ya no hay nada nuevo bajo el sol del “bravo pueblo”. “Reina una tensa calma en Venezuela”.
No valió la exhortación del papa, la mediación de los ex presidentes José Luis Rodríguez Zapatero, de España; Ernesto Samper, de Colombia; Leonel Fernández, de República Dominicana o Martín Torrijos, de Panamá. No valió la condena de Naciones Unidas, de la Unión Europea, los llamamientos del secretario de la OEA, la condena de los países de UNASUR. Ya está, la labor tan pacientemente trabajada por Fidel Castro desde que recibió con alfombra roja y honores de jefe de Estado el 13 de diciembre de 1994 al coronel golpista Hugo Chávez, dio el fruto deseado.
Hay que releer el libro de Agustín Blanco Muñoz Habla el Comandante, producto de una serie de entrevistas entre 1995 y 1998 con Chávez, para comprender el cacao mental —arroz con mango, dicen los venezolanos— que tenía el “comandante eterno” cuando se echó en los brazos de Fidel, tras salir de la cárcel indultado por Rafael Caldera; pues la tragedia que hoy vive Venezuela tiene varios padres, no lo olvidemos.
Ha comenzado el éxodo masivo, principalmente hacia Colombia. Millones de venezolanos abandonan su país como hace medio siglo hicieron los cubanos desde su isla, el ejército y la policía están atentos a reprimir cualquier protesta callejera. Además, la gente que tiene que pasar tres horas en una cola para comprar un pollo, ya no tendrá ni ánimos ni tiempo para salir a protestar. Esta vez no hay paredón, pero las prisiones se van a quedar pequeñas para recibir a los opositores.
Dieciséis años duró la Asamblea Constituyente de Cuba, tiempo durante el cual Fidel Castro gobernó por decreto. Quién sabe cuánto durará esta Constituyente venezolana de Nicolás Maduro (o de Diosdado Cabello, que no sabemos quién ganará al final el pulso por el poder); pero da igual, ya se sabe la carta magna que saldrá de allí, un calco de la cubana. Aquí no hay nadie demasiado original, lo importante es hacerse con el poder y no soltarlo.
Fidel cantó de jovencito miles de veces el Cara al sol, el himno de la Falange española, y leyó con entusiasmo a Hitler y a Mussolini. Del juicio al futuro Führer en 1923, por el asalto al ministerio de Guerra alemán, copió su famoso “Condenadme, no importa, la historia me absolverá”, cuando lo juzgaron por el ataque al cuartel Moncada. La frase de Hitler fue más florida pero el sentido era el mismo: “Los jueces podrán condenar nuestra acción pero la historia, diosa de la verdad y de la ley, habrá de sonreír cuando se anule el veredicto de este juicio”.
Hitler copió de Mussolini las Camisas Pardas, Castro de Hitler las Brigadas de Respuesta Rápida —sin uniforme para que parezcan pueblo—, y Chávez copió de Castro los Colectivos (que son puro pueblo, como se sabe). Ahora en Venezuela solo falta una aportación original de Fidel, los Comités de Defensa de la Revolución (CDR). Ni siquiera los nazis tuvieron una red de soplones en cada barrio, en cada manzana. Pero todo se andará, pronto tendrán los venezolanos a un sector de la población vigilando a otro e informando a la policía. El mecanismo perfecto de represión del Estado.
Pero Cuba al fin y al cabo es una isla, en cambio Venezuela tiene más de 2.200 kilómetros de frontera común con Colombia. La instauración de un sistema político y económico antagónico del otro lado de la línea divisoria entre ambos países, supondrá para Colombia un factor de permanente intranquilidad. En este país, en donde la guerrilla de las Farc acaba de dejar en otras manos el negocio de la cocaína, por ejemplo, habrá que estar atentos a la evolución de ese comercio clandestino, demasiado tentador para la cúpula militar corrupta que ha instalado el chavismo en Venezuela.
Los cubanos tienen experiencia en ello, también en este campo pueden ser consejeros. La historia del general Arnaldo Ochoa y de los otros tres militares fusilados por narcotráfico en 1989 —cosa de la que “nunca se enteró” Raúl Castro, jefe del Ejército—, aún no nos la han contado completa.
Lo que desde el punto de vista geopolítico sí convierte a esta nueva Cuba de Sudamérica en un enigma son los lazos, cada vez más estrechos, del gobierno de Caracas con grupos extremistas de Oriente Medio como Hezbolá. Esta relación traerá un tipo de conflicto desconocido hasta ahora en la región.