Por: Juan Restrepo
Hace un año, con motivo de las elecciones de presidenciales en Colombia, nuestro corresponsal en España Juan Restrepo escribió esta crónica que cobra mucha vigencia hoy y que seguirá teniéndola mientras en Colombia exista una democracia amarrada a familias poderosas. Por esta razón la actualizamos con algunas precisiones de más hechas por el autor.
En febrero de 2010, en plena campaña de elecciones presidenciales en Colombia, recibí desde Madrid un correo de un amigo que había trabajado en Presidencia del gobierno español en el Palacio de la Moncloa. Mi amigo, algo intrigado pero definitivamente confundido, me decía más o menos: “Oye, ¿es cierto que Santos puede ganar las elecciones? El hombre estuvo en Moncloa con el presidente Álvaro Uribe y me pareció muy flojito. No le vi que diera la talla ni para concejal de su pueblo”.
Efectivamente, las encuestas daban entonces como posible ganador a Juan Manuel Santos pero no a quien creía mi amigo. Por eso me apresuré a sacarlo de su equivocación y le respondí casi inmediatamente un correo más o menos en los siguientes términos: “Estas confundido, a quien viste junto a Uribe en la Moncloa no fue a Juan Manuel sino Francisco, que es el Vicepresidente; ambos llevan los apellidos Santos Calderón porque sus padres, hermanos entre sí, siguiendo la más rancia tradición endogámica de la clase dirigente colombiana, se casaron en su momento con dos hermanas de la alcurnia bogotana, las señoritas Calderón.”
Por el prurito puntilloso que me invade cuando trato de explicar las cosas de este inefable país a mis amigos españoles, añadí: “Así, pues, que el Vicepresidente y el candidato a la presidencia son primos hermanos. Juan Manuel, por cierto, tiene un hermano, Enrique, que fue hasta hace poco director de El Tiempo, periódico bogotano que ha apoyado tradicionalmente a todos los presidentes de Colombia y que, para mayor precisión, fue fundado por un tío abuelo de los tres últimos mencionados, Eduardo Santos, que fue presidente de Colombia. Enrique Santos es, además, padre de Alejandro Santos; y Alejandro es director de Semana, la revista de mayor influencia política en el país, que pertenece a Felipe López. Y Felipe es hijo del expresidente Alfonso López Michelsen, que a su vez fue hijo del presidente Alfonso López Pumarejo. La esposa de López Pumarejo, María Michelsen, fue hija del diplomático danés Carl Michelsen y Carmen Ibáñez cuya madre, Bernardina, desdeñó a Simón Bolívar para casarse con el multimillonario Saturnino Uribe Santos, pariente de Antonia Santos, ésta sí seguidora a muerte de Bolívar y de cuyo tronco familiar descienden Juan Manuel y Francisco, sujetos del equivoco que aquí aclaramos”.
Decidí detener ahí el diseño de este frondoso árbol genealógico por temor a encontrarme con Cristóbal Colón pero echando mano de mis dotes adivinatorias, que en materia política son la cosa más fácil del mundo en Colombia, me arriesgué a darle a mi amigo monclovita el nombre del siguiente presidente después de Santos: Germán Vargas Lleras. “Dentro de unos años hablamos”, dije por último al monclovita. Juan Manuel Santos, como no podía ser de otra forma con aquellos pergaminos, resultó elegido presidente.
Pasaron los años –los tres años correspondientes al primer período presidencial de Santos y hoy nos encontramos de nuevo en un escenario preelectoral en el que Juan Manuel, ya en campaña para hacerse reelegir, acaba de nombrar como fórmula vicepresidencial a Germán Vargas Lleras. No pudiendo resistir a la tentación de presumir ante mi amigo de lo certero de mi anuncio de hace años, pues este nombramiento ya es señal de lo que va a pasar, le escribí a su nuevo destino, hoy una embajada en un país árabe.
“Te envío el link con la noticia de que Vargas Lleras ya está en el partidor de largada presidencial como te pronostiqué hace tres años”, le dije utilizando lenguaje hípico porque mi amigo es un gran aficionado a los caballos y para alejarse de las bestias de la Moncloa optó por pedir una embajada lo más cerca posible de un buen hipódromo. Hoy es un hombre feliz que tiene como yo, aptitudes premonitorias: en presencia de dos boñigas de diferentes equinos es capaz de pronosticar cuál de los propietarios de los correspondientes zurullos puede cruzar antes la línea de meta.
“¡No puede ser! ¿Cómo lo supiste?” Me escribió a vuelta de correo. “Elemental, mi querido Watson. Germán Vargas Lleras es nieto del expresidente Carlos Lleras Restrepo, quien a su vez es primo del expresidente Alberto Lleras Camargo; Germán ya ha pasado por varios cargos públicos de postín, entre ellos tres ministerios y en el último repartió cemento y ladrillo que da más votos que los intangibles de educación, cultura o investigación. Además, por encima de todo esto es el primero en la línea sucesoria”, fue mi respuesta.
“¿Línea sucesoria? ¿Qué quieres decir?”, pregunta de nuevo el feliz diplomático en su última comunicación. Me apresto a explicarle que Colombia es una monarquía en los Andes y que aquí no solo podemos saber que Vargas Lleras será el presidente del país hasta el año 2026. Podemos saber también quien será presidente cuando se celebre el mundial de fútbol en Uganda. Santos, que resultará reelegido a mitad de este año, entregará el testigo a Vargas, quien gobernará dos períodos de cuatro años. A éste le sucederá hasta 2034 Simón Gaviria, hijo del expresidente César Gaviria.
Simón se prepara para ser ministro de Santos en su próximo gobierno. Ministro de cualquier cosa, el asunto es empezar en un ministerio, como papá, que además fue ungido candidato presidencial en un funeral como un rey merovingio por otro alevín de mandatario, tercero hoy en la línea sucesoria y quien, siguiendo este orden de cosas, gobernará hasta 2042.
Simón hoy solo ejerce de líder del partido Liberal pero su título oficial es el de Jefe Único, nada de secretario general, presidente o cualquier vulgaridad por el estilo, Jefe Único, título muy cercano al de Amado Líder que ostentó en su momento el norcoreano Kim Il Sun.
Y es que la monarquía colombiana se parece más a las satrapías dinásticas de Cuba, Siria o Corea del Norte que a la realeza europea, por más que aquí empeñen en entronizar cada año a una maciza a quien llaman reina, acude al palacio presidencial en visita oficial después de recibir cetro y corona y tiene en casa a su correspondiente reina madre. A la monarquía colombiana le falta el empaque de la europeas, no llega ni a monegasca.
Me costará decírselo, pero mi amigo el diplomático amante de los caballos tendrá que saber que cuando él y yo estemos abonando malvas reinará en Colombia algún hijo de la Casa Samper, de la Casa Pastrana, de la Casa Turbay, de la Casa Galán o algún otro heredero, infanzón o dueño de señorío porque en Colombia siempre que viene al mundo un hidalgo de estas estirpes pregunta, como hace la gente educada en las carnicerías: “¿Quién es el último?”