Por : Gilberto Castillo
Manuel Marulanda Vélez «alias» Tirofijo o Pedro Antonio Marín como era su verdadero nombre fue, sin duda, el mayor azote que tuvo Colombia durante los últimos cincuenta años. Este campesino casi burdo, astuto y de mirada ligeramente sesgada, que pasó de ser autodefensa campesino a guerrillero con ideología marxista, secuestrador y finalmente narcotraficante y terrorista como termino siendo calificado; no fue otra cosa que un producto debidamente elaborado por un Estado díscolo, que no sólo se hizo el de la vista gorda frente a la violencia partidista liberal y conservadora, sino que la alimentó desde los mismos estrados oficiales con la anuencia de la iglesia católica.
La primera pausa de este conflicto, iniciado sin aviso alguno, y con una paz aparente, se da por un acto de contrición que cobija a los dos partidos una vez observan los estragos de La Guerra de los Mil Días.
Pero este arrepentimiento es subrepticio, porque siguen produciéndose actos esporádicos de violencia, hasta que finalmente, el 9 de abril de 1948, con el asesinado Jorge Eliécer Gaitán, se enciende el detonante definitivo de esta violencia ciega que desde entonces, y de manera ininterrumpida, sacude a nuestro país.
Antes de ser Tirofijo, fue un muchacho campesino como cualquiera
Algo que se destacó desde siempre en la familia Marín fue una fuerte unión familiar, y es precisamente el tío Manuel quien ve en Marulanda Vélez, a un muchacho acucioso para el trabajo. Capaz de labrarse un futuro como comerciante, a pesar de los escasos estudios académicos que poseía. En alguna escuelita rural, no cursó más allá del cuarto elemental. Por esta razón fue el tío Manuel quien le dio la primera oportunidad de trabajar con alguna independencia, encargándole el ordeño de las vacas de su finca y la producción del queso, que el mismo muchacho, cada fin de semana, salía a vender a cualquier municipio vecino.
Antes había hecho sus primeros pinitos como campesino trabajador que empezaba a curtirse en estas faenas recogiendo café en las fincas de sus familiares y de su padre, campesinos liberales, acomodados y trabajadores. Sus abuelos Ángel Marín y Virginia Quiceno habían hecho parte de los fundadores de Génova.
Sus tíos fueron: Ángel, el mayor, Manuel, quien siempre tuvo gran influencia en él, y José, el menor y el primero en morir por culpa de la violencia desatada después del 48.
Se despierta el monstruo
Hasta los 18 años Tirofijo se rebuscó por todas partes. Además de quesos, vendía dulces, carne, y no le tenía pereza a cualquier oficio que le permitiera ponerle la trampa al centavo. No era ocioso. Tampoco le gustaba el trago ni la pelea. Y se intuía que tendría un buen futuro económico a pesar de ser un hombre taciturno que por naturaleza hablaba poco y escuchaba mucho.
Pero la vida cambió para Pedro Antonio Marín, como para todos colombianos el fatídico 9 de abril de 1948, cuando tres balas disparadas por Juan Roa Sierra alcanzaron a Jorge Eliécer Gaitán, quien cayó mortalmente herido hacia la una y cuarto de la tarde, cuando salía de su oficina a almorzar con algunos amigos.
La noticia del asesinato del caudillo corrió como pólvora encendida por todo el país, y Pedro Antonio, que en ese momento vivía con su familia en Ceilán, Quindío, se fue con los demás habitantes para la plaza principal a escuchar las noticias de lo ocurrido en uno de los pocos radios que tenía el pueblo y estaba encendido a todo volumen.
Ceilán era de mayoría liberal, y los conservadores apenas un puñado. Eso sí, orgullosos de su presidente Mariano Ospina Pérez, quien con su triunfo había roto la hegemonía liberal de los últimos años en el poder derrotando al mismo Jorge Eliécer Gaitán y a Gabriel Turbay, dos liberales que por dividir el partido perdieron las elecciones del año 46.
La fiesta desenfrenada en Ceilán, como en muchos otros pueblos liberales, duró tres días, hasta el lunes, cuando llegó el ejército a restituir la autoridad y a citar revoltosos para rendir cuentas. Muchos fueron enviados a municipios cabecera como Tuluá donde quedaron condenados a la cárcel, justa o injustamente, con o sin formula de juicio.
En esta oportunidad Pedro Marín no fue reseñado. Hasta ahí seguía siendo un hombre de paz que con el apoyo del tío Manuel se alejó de la cordillera que empezaba a hervir como un volcán por culpa de la violencia. Sus nuevos horizontes los buscó negociando cachivaches, café y panela.
Pájaros, Chulavitas, Abrileros, Cachiporros y godos
Pero empezaron los rumores negros. Matanzas por aquí y por allí. Campesinos que se aliaron con unos o con otros y al mando de gentes cobraban venganza o ajustaban cuentas políticas recientes, o dejadas de pagar durante La Guerra de los Mil Días. El ejército hacia lo suyo por un lado y la policía por el otro apoyando al Gobierno e imponiendo a sangre y fuego la hegemonía conservadora, gracias a que los liberales con la revuelta que iniciaron el 9 de abril, les dieron la disculpa perfecta para aplicar el látigo.
Los conservadores empezaron a llamar a los liberales despectivamente cachiporros,y losliberales a los conservadores como godos, mientras que los dirigentes de los dos partidos lanzaban arengas para defender los colores institucionales: el azul, godo, y el rojo, cachiporro. Estas arengas eran interpretadas por los jefes de cada departamento, municipio o vereda a su manera, y cada uno imponía los correctivos a su antojo. Más aún cuando la misma Iglesia católica, desde los pulpitos, y a través de los curas, azuzaba a los conservadores para acabar con la chusma liberal, que por demás era masona y atea.
Y entonces la violencia que crece no le da tregua ni a Pedro Antonio Marín, ni a ningún liberal, sin importar su condición social. Muchos para salvar sus vidas huyeron al monte abandonando sus tierras y a sus familias. Como el poder lo ostentaban los conservadores, la situación era aprovechada desde el Gobernador hasta el inspector de policía, pasando por los gamonales, para ejercer una especie de dictadura azul. Y entonces, se expiden salvoconductos a los liberales para que transiten libremente a condición de que voten por Laureano Gómez en las lecciones del año cincuenta.
El futuro Tirofijo, dicen sus biógrafos, va a Betania, al Dovio y a la Primavera, incluso a una zona de Río Chiquito, dándose una oportunidad más en la vida. Hasta busca anclarse aserrando madera, y luego cocinando y vendiendo tamales en un sitio llamado Alaska. Pero la violencia y el río de muertos que desatan Lamparilla y Pájaro azul que comandan a más de 200 hombres, lo obligan a ser parte de una de las romerías infinitas de familias que buscan proteger su vida.
En este momento, además de los chulavitas, aparecen en el panorama de la violencialos pájaros que vienen del Valle del Cauca, dispuestos a imponer su ley a cualquier precio. Nadie sabe quien los invitó, ni porque aparecieron. Muchos afirmaron que los chulavitas eran agentes pagados por el Gobierno.
Todo va creciendo
Para entonces, Tirofijo desorientado consulta con sus tíos Manuel y Ángel, pues la situación ya no tiene salida, y no se puede vivir en paz. El, que desciende de familia liberal, está más intranquilo que nunca porque no confía ni en la policía, ni en el ejército porque son estos quienes lideran la violencia de Estado. Además ha ido a la cárcel, por períodos de uno o dos días, sin motivo aparente. En una de esas reseñas su familia tuvo que pagar dos pesos como fianza por su libertad.
Después de esto, sencillamente hay que organizarse para defender la vida, entre otras cosas porque desde Tuluá, José María Lozano, El Cóndor, -el mismo personaje que inspirara la novela del escritor Gustavo Álvarez Gardeazábal, Condóres No Entierran Todos los Días-, maneja los hilos de un gran poder personal y básicamente persigue a los Abrileros, que no son otros que los seguidores de Gaitán, pues los otros liberales, los llamados limpios, no están untados de comunismo, y de alguna manera empiezan a ser más manejables. Son esos los que llevan el sello de colaboración y el salvoconducto para transitar libremente.
Tirofijo, primero se une a los grupos de defensa campesina de un señor de apellido Gallegos. Las armas son muy pocas y escasas; machetes, pistolas de fisto, escopetas hechizas etc. Se organizan cuadrillas de defensa para recorrer las veredas e impedir los atropellos de los chulavitas y los pájaros, que no solo se limitaban a municipios como Sevilla, Ceilán y Génova, sino también, a reductos de campesinos indefensos. Pero no se pueden evitar las matanzas. Si se protege acá, no se protege allá. En este punto, gracias a Gallegos, que también es combatiente de la guerra de los Mil Días, empieza a familiarizarse con tácticas de vigilancia y guerrilla.
Posteriormente, y en medio de este trasegar, se va con la chusma de Modesto Ávila. Para ese entonces como chusma denominaban el gobierno y las autoridades a estos grupos de campesinos armados que buscaban proteger su vida y sus bienes.
A partir de allí surgen otros bandidos que al mando de grupos de forajidos, aprovechan la situación del país para ejercer el bandolerismo, el abigeato y los crímenes selectivos que sólo buscaban proteger intereses personales, porque tampoco dudan en ponerse al servicio de grandes gamonales para desplazar familias y reacomodar propiedades.
De estos grupos desvirtuados de las autodefensas campesinas de entonces, podemos citar a delincuentes como: Sangre Negra, el Mayor Lister, Chispas, Charro Negro y varios más que finalmente sucumbieron bajo las armas del ejército y la policía.
El único sobreviviente de este reducto, fue Tirofijo, un campesino que quiso ser como la gran mayoría de los campesinos de Colombia, pero que fue empujado a donde llegó, por las mismas circunstancias que desató la irresponsable dirigencia política de Colombia.