Por: Juan Restrepo
Es famosa la frase de Julio César Turbay Ayala según la cual “la corrupción debía ser reducida a sus justas proporciones”. Eso fue hace treinta años y miren en las que estamos. El fiscal anticorrupción, Gustavo Moreno, capturado por corrupto; el secretario de Seguridad de Medellín, Gustavo Villegas, acusado de supuestos vínculos con bandas criminales. Más el caso Odebrecht en las campañas presidenciales de 2010 y 2014, Reficar, Saludcoop, Isagén…, para citar solo escándalos recientes de toda la larga lista desde que Turbay soltara aquel epigrama.
Ahora los políticos, aprestándose a pedirnos el voto para que los pongamos –a ellos y a sus amigos– en el rico manejo de la contratación estal, se rasgan las vestiduras ante tanto escándalo y nos prometen depurar la vida pública de lo que es la madre del estancamiento de un país, la corrupción. Obviamente no les creemos pero no queda más remedio que oir su chorro de babas, es nuestro karma. Todo seguirá igual.
Pero les tengo una noticia. Hubo quien, antes que Turbay, pensó en reducir la corrupción a sus justas proporciones. Y lo lo logró. Quiero decir: acabar con la corrupción, quizá no acabó del todo; pero la redujo a su más mínima expresión. Lo cuento para que sientan sana envidia, para que vean que sí se puede y, lo que es mejor, la cosa es más sencilla de lo que parece.
Ese titán político se llamaba Lee Kuan Yew, el padre de Singapur, que fue primer ministro de esa ciudad estado en el sudeste asiático de 1959 a 1990. Pero ojo, que cuando uno habla de ese señor y de ese país, quienes no han estado por allí y han leído algunos artículos de prensa sobre ambos temas, hablan de una dictadura. Si uno viaja a Singapur y no tiene intención de delinquir, ensuciar las calles, manchar los muros con graffitis, robar o traficar con droga, no tiene ningún problema. De hecho en Singapur hay muy poca policía.
Pero a lo que íbamos, la corrupción. Cuando Singapur se independizó de Malasia en 1965 el país era un inmenso manglar agobiado por la pobreza en el que la malversación y el soborno eran la esencia de la vida pública. Lee Kuan Yew, un chino confuciano educado en Cambridge, se propuso erradicar aquel cáncer y lo logró en gran medida. Porque, digámoslo claro, erradicarlo por completo es casi imposible. Turbay no andaba tan equivocado con aquella frase que parece un chiste.
Ahora bien, díganme si la fórmula no es sencilla: Si usted, pongamos por caso, va a registrar una empresa, hay más posiblidades de encontrarse con la corrupción si tiene que ir a cinco despachos que si va a uno. En Singapur va a uno y hace la gestión en una mañana.
En un país como Colombia en donde cualquier asunto burocrático requiere engorrosos trámites, procedimientos y rituales administrativos innecesarios, inútiles e inoficiosos, la mordida es la reina. Y ya sabemos por qué, porque es necesario llenar cuotas de los caciques de los partidos, poner a un montón de gente, inflar la burocracia porque, como dicen los mexicanos, vivir fuera del presupuesto nacional es vivir en el error.
Pero una de las medidas fundamentales de Lee Kwan Yeu para luchar eficazmente contra la corrupción fue pagar unos salarios justos a los funcionarios, cosa que siendo pocos se puede hacer más fácil que si hay una legión en cada ministerio. Alguno de ustedes sonreirá al leer esto, y lo entiendo. Pero la cosa no quedaba ahí.
El viejo Lee creó un programa especial que incluía una serie de medidas como rotar a los funcionarios para evitar la formación de vínculos corruptos. Llevaba a cabo inspecciones sin previo aviso y dotó a la Oficina de Investigación de Corrupción de poderes extraordinarios que le permitía detener a los sospechosos de corrupción, investigar sus actividades y revisar sus cuentas bancarias.
Todo funcionario o empleado público condenado por esta actividad quedaba privado de empleo, de su pensión y de todos los beneficios laborales conseguidos hasta ese momento. Fueron a parar a la cárcel varios ministros, líderes sindicales y altos directivos de empresas públicas.
En todos los indicadores de ética pública y competitividad publicados por diversos organismos internacionales, Singapur se disputa con Suiza los primeros lugares. De modo que erradicar la corrupción si se puede y, como se ve, las fórmulas son de sentido común; que es el menos común de los sentidos en los políticos colombianos.