Por: Antonio Andraus Burgos
En más de un siglo, la afamada novena de los Yanquis de Nueva York, han convertido la posición de capitán, en algo valioso sentimentalmente hablando, pero más representativo aún para sus aficionados.-
Los Yanquis de Nueva York por muchas y sobradas razones, es el equipo a vencer, a derrotar, a dejar en el camino. Pero por otras tantas manifestaciones, es la novena de la hidalguía en el béisbol de las Grandes Ligas, con cientos de miles de aficionados siguiendo a la divisa, y muchos otros tantos, en la posición de rival deportivo.
Los famosos Mulos de Bronx por esas cosas de la vida, se fueron erigiendo en medio de la polémica, con detractores a diestra y siniestra, desde aquellos años en que se convirtieron en la novena siempre a vencer por todos sus rivales de contienda, como en el nuevo Milenio en que, después de casi tres lustros, apenas ha conquistado un cetro de Serie Mundial, para acumular en sus anaqueles la friolera de 27 coronas de esa marca.
De la mano de Joe Torre, los Yanquis capturaron cuatro coronas mundialistas, en un reinado que pudo prolongarse de no ser por esas cosas inexplicables del béisbol, como cuando perdieron la Cita de Otoño del año 2001 en el último y decisivo juego frente a los Cascabeles de Arizona, y como lánguidamente palidecieron frente a los Marlins de la Florida en el Clásico de Octubre de 2003.
Pero aquí no vamos a hablar lo que pudo ser y finalmente no fue. Lo que interesa en los actuales momentos, es hablar de los cinco grandes capitanes de la afamada novena, cuando hace apenas unos meses dejó el campo de juego el próximo miembro del Salón de la Fama, Derek Jeter, quien a la vez ejerció el cargo de capitán, y es señalado grande entre los grandes de los once hombres que han desempeñado con mucho honor, esa posición dentro del campo.
Debemos dejar claramente establecido, que el ser capitán del equipo, en el caso de los Yanquis y de las novenas del béisbol de las Grandes Ligas, no representa económicamente nada diferente al valor de los contratos de los respectivos jugadores, y mucho menos que cuenten con privilegios dentro de la organización. Es simple y llanamente, el reconocimiento del club frente al desempeño de un determinado pelotero que se gana el cariño, el respeto y la admiración de todos sus compañeros, a quien escuchan cuando habla dentro del banco de juego, a quien acuden cuando necesitan un consejo, a quien respetan cuando hace las veces de ‘’mandamás’’ en el campo de juego.
Apenas cinco de once
Muchos seguidores del equipo expresan de memoria los nombres de los once jugadores que han ocupado el cargo de capitanes en los Yanquis, pero cuando se hace un escrutinio entre los más reconocidos, solo cinco de ellos, cuentan con pleno reconocimiento entre la fanaticada.
Babe Ruth, por cientos de miles de razones, es uno de ellos. Lou Gehrig, no puede faltar por méritos más que sobrados. Thurman Munson, otro de los inolvidables en esa brevísima lista. Don Mattingly, acreedor como muy pocos de la distinción. Y finalmente, Derek Jeter, el torpedero que acaba de abandonar la actividad después de dos décadas de estar luciendo el galardonado uniforme de los Yanquis, y quien entre otras cosas, es el pelotero con más tiempo que ha permanecido ejerciendo dicho honor en la ‘’cueva’’ de juego de la novena.
Hal Chase fue el primero en ejercer el cargo. Luego le siguió Roger Peckinpaugh, y después aparecieron Babe Ruth, Everett Scott, Lou Gehrig, Thurman Munson, Graig Nettles, Ron Guidry y Willie Randolph, quienes compartieron la responsabilidad entre 1986 y 1989; Don Mattingly y, finalmente, Derek Jeter.
El siempre recordado Gehrig
Alrededor de estos nombres, muchos aficionados seguidores del equipo se preguntan por qué nunca tuvieron ese honor peloteros de la talla, fama y calidad de Joe DiMaggio, Mickey Mantle, Yogi Berra, Whitey Ford, Billy Martin, citando apenas a los más reconocidos de las últimas décadas. Y para esa pregunta, aquí está la respuesta.
Se sabe que después del retiro y temprano fallecimiento del siempre recordado Lou Gehrig, la novena hizo el anuncio que nunca más volvería a hacer uso del cargo. Eso fue una semana después de que Gehrig dejara este mundo. Sin embargo, cuando George Steinbrenner compró la franquicia, en enero de 1973, esa decisión se cambió, y la posición fue ocupada, tres años más tarde, por el sin igual receptor Thurman Munson, quien la asumió en 1976, después de haber estado vacante desde 1941.
Es que la desaparición de Gehrig del béisbol, conmocionó no solo a esta disciplina sino al mundo deportivo en general, al producirse su muerte por la enfermedad conocida como ELA (esclerosis lateral amiotrófica) o mejor identificada como ‘’el mal de Lou Gehrig’’, que es degenerativa y de tipo neuromuscular.
Aquél 4 de julio de 1939, cuando Lou anuncio su retiro del béisbol por el acoso del mal, ’’la casa que ayudó a construir Babe Ruth’’ se silenció y el torrente de lágrimas que afloró con motivo de las sentidas e inolvidables palabras de despedida de Gehrig en el ‘’Yanqui Stadium’’ entre la totalidad de los aficionados que llenaban el parque de pelota, inundó el mundo del deporte.
‘’El caballo de hierro’’, como apodaban a Gehrig, el gigante y sempiterno primera base de los Yanquis de Nueva York, quien jugó de manera consecutiva 2.130 partidos con el bombacho de los ‘’Mulos del Bronx’’ – un registro que permaneció hasta cuando Cal Ripken Jr., de los Orioles de Baltimore, la superó en 1995 con 2.131 y la pulverizó en 1998, al implantar la nueva marca de 2.632 -, murió el 2 de junio de 1941, cuando apenas contaba con 37 años. Empero, dos años antes, como citamos, se despidió ante la afición de los Yanquis y del béisbol, con esas palabras que jamás se han podido borrar de la historia del deporte, al señalar que ‘’soy el hombre más afortunado sobre la faz de la tierra’’, al haber vestido del uniforme de los Yanquis, y conocer y disfrutar del juego al rededor de muchos de los más grandes beisbolistas de esa época.
Gehrig tiene el honor de haber ingresado al Salón de la Fama una vez fue constituido el recinto en Cooperstown y su número 4 que distinguió su informe a rayas de los Yanquis, fue el primero en la historia del deporte mundial de haber sido retirado, una vez se produjo su deceso
Los inolvidables
Ya anotamos que varias de las ilustres y formidables figuras de los Yanquis que no alcanzaron el honor de ocupar el cargo de capitán de la divisa, no fue producto del azar o de la mala suerte. Fue como consecuencia de una decisión que había tomado el equipo, después de desaparición de uno de los más grandes peloteros de todos los tiempos que haya jugado el béisbol, como lo fue Lou Gehrig.
Babe Ruth no cabe duda alguna, fue el hombre que cambió por completo al juego del béisbol en la décadas de los 20 y los 30, y por todo lo que hizo con los Yanquis luego de haber sido adquirido de los Medias Rojas de Boston, destrozando a palo limpio a los mejores lanzadores de esos años, el haber sido capitán de su novena, fue el reconocimiento a su grandeza dentro y fuera del campo de juego. Fue capitán durante el año de 1922.
Ruth se granjeó el aprecio del mundo beisbolero, con excepción de los Medias Rojas de Boston, por obvias razones, y dejó un sello inconfundible en el deporte de los bates y las manillas, con sus 714 tablazos de circuito completo en su carrera como pelotero, y su registro de 60 cuadrangulares en aquella inolvidable campaña de 1927, permaneció hasta 1961, cuando Roger Maris, también de los Yanquis, superó la marca con 61 ‘’bambinazos’’, en honor al sempiterno y glorioso ‘’Bambino de oro’’.
Fue el 8 de abril de 1974 cuando el ébano de los Bravos de Atlanta, Hank Aaron despachó su cuadrangular número 715, para romper la marca de Babe Ruth, de 714, terminando el formidable jugador de color con 755 tablazos de circuito completo, en su brillante carrera en las Grandes Ligas.
Lou Gehrig, aquel gigante de la primera base de los Yanquis, cuya capacidad de juego estuvo a prueba hasta el último momento en que jugó el béisbol, se convirtió en un emblema de la novena del Bronx y sus actuaciones nunca dejaron nada que desear. Era el pelotero de entrega total por el uniforme que lucía y para la inmensa afición que lo elevó a la jerarquía de ídolo, algo que muy pocas veces puede alcanzar un atleta, si sus condiciones no exhiben el talento y la capacidad de juego como lo alcanzó este inolvidable jugador. EL honor de ser capitán de los Yanquis desde 1935 hasta 1941, es decir, hasta el día de su fallecimiento, fue exaltación por méritos propios de Gehrig.
Fue un pelotero íntegro, y por sus poros lo que expelía era béisbol, consagración, respeto al uniforme que portaba y a la divisa de los Yanquis, y en diez temporadas se despachó con el uso del madero, superando la barrera de los 300 puntos a la ofensiva, para terminar con el envidiable promedio de por vida de 340 y marcando 493 cuadrangulares.
Lou GehrIg fue un ícono de los Yanquis y del Béisbol Organizado, no hay duda alguna de ello.
Thurman Munson, un receptor que tenía la clase de muy pocos y que ejerció con inteligencia la posición, se catapultó desde cuando por primera vez se enfundó el uniforme de juego de los Yanquis, en aquellos años en que el equipo necesitaba de un líder que mostrara, a propios y extraños, que ser pelotero de la novena de los ‘’Mulos’’, no era para recibir aplausos y vítores de los aficionados, sino para conseguir que las victorias colocaran a la franquicia en plan de equipo a derrotar, como había ocurrido en los mejores años del club. Entre 1976 y 1979 fue el gran capitán del club, y el honor lo conservó hasta el fatídico día en que pereció en un accidente de aviación.
Munson era una verdadera estrella de los Yanquis y su paso por el equipo dejó una huella imborrable que, con el transcurrir de los años, se aprecia mucho más lo que significaba para la novena. Entre 1969 y 1979, Thurman ofreció un derroche de talento y calidad en el béisbol de las Grandes Ligas, pese a que su poder al bate no era descomunal, era un formidable bateador oportuno, rozando los casi 300 puntos de promedio ofensivo de por vida.
Don Mattingly llegó a conquistar el corazón de los seguidores de los Yanquis, por su indiscutible calidad y por la forma en que encaraba el juego, vistiendo el uniforme a rayas de su equipo, pero más allá, fue un hombre respetado por sus compañeros, por su caballerosidad, por el trato que tuvo con el béisbol y por la forma en que derrochaba energías y calidad dentro y fuera del terreno de juego. Ocupó el cargo de capitán entre 1991 y 1995.
Mattingly fue uno de esos jugadores cuya fortaleza y forma de juego, fue admirada hasta por sus rivales. Ganador de 9 guantes de oro como defensor de la primera base y 3 bates de plata, por su destacada ofensiva, conservó una línea de juego envidiable, llegando a compilar un promedio de 307 puntos de por vida a la ofensiva. Su inmenso dolor fue que durante su permanencia de 14 años con el club, nunca pudo conquistar un titulo de Serie Mundial.
Finalmente, Derek Jeter, el formidable torpedero de los Yanquis de una era en donde la novena conquistó cinco títulos de Series Mundiales, fue un pelotero de pocas palabras, que cuando tenía que hablar, era escuchado con admiración y con respeto por todos sus compañeros. Surgido de las propias entrañas de la organización, Jeter combinó su excelente calidad como pelotero, con su don de gentes y su admiración por el juego, defendiendo con ahínco el tradicional uniforme a rayas de los Yanquis, divirtiéndose dentro de los diamantes y dignificando el béisbol fuera del terreno de juego. El honor de ser capitán de los Yanquis por parte de Derek, ha sido por cierto, el más prolongado hasta la fecha: desde el 2003 hasta el 2014.
Que se puede decir de Jeter. Muchas cosas alrededor de su larga permanencia de dos décadas dentro de los diamantes. Consagrado y disciplinado como muy pocos, con sus más de 3.000 imparables conectados, tiene asegurado un nicho en Cooperstown, pero además, es el más grande bateador de inatrapables que ha tenido la novena en más de un siglo de historia, y uno de los peloteros con mayor carisma de los últimos años de la novena.
Babe Ruth, Lou Gehrig, Thurman Munson, Don Mattingly y Derek Jeter conforman ese grupo de los cinco grandes capitanes de todos los tiempos, de la más afamada y reconocida novena del béisbol de las Grandes Ligas: los Yanquis de Nueva York.