Gracias a la tenacidad de un campesino, el fósil permaneció en su sitio y no fue a parar a un museo del exterior como muchos temieron.
Por: Gilberto Castillo
Una calurosa mañana de junio de 1977, Tito Hurtado, se propuso arar para cultivo, parte de la finca que había adquirido en la vereda de Monquira muy cerca del municipio de villa de Leyva, a escasos diez minutos de la plaza principal.
No bien había trazado los primeros jirones de tierra semiárida, cuando sintió que la punta del arado daba contra una roca que, a duras penas, se asomaba. Para darle paso a la yunta, quiso removerla con sus manos pero no pudo porque estaba pegada a una segunda de similar tamaño y está a una tercera.
Picado por la curiosidad sigo removiendo la tierra con cuidado y finalmente cayó en la cuenta de que no era piedra sino los huesos de un inmenso fósil, el más grande que hasta hoy se ha encontrado en esa zona, que ciento cincuenta millones de años atrás, estuvo cubierta por un océano que ahogaba el territorio colombiano, incluidos los departamentos de Cundinamarca, Tolima, Huila, Boyacá y parte del piedemonte llanero. El Fósil pertenecía a un ejemplar marino de la familia de los pliosaurios, con 12 metros de longitud y estaba casi completo excepto por una pata que misteriosamente desapareció.
Lo que nunca imaginó Tito, fue que con su hallazgo, iba a desatar una pequeña guerra en la que participaron campesinos, mujeres niños y hasta un contingente de soldados que, a bordo de cinco camiones, llegaron para tomar partido.
Lo primero que hizo fue llamar a MarcolinoMunevar, presidente de la junta de acción comunal. Un campesino de empuje, casi sabio y dueño de una visión que iba más allá de la de cualquier economista universitario.
Se inicia la lucha
Marcolino, sin más preámbulo, hizo reunir a los habitantes de la vereda y les propuso comprarle a Tito, a nombre de la Junta de Acción Comunal, el pedazo de tierra donde estaba el fósil que ya había sido destapado completamente. Ni el mismo Tito entendió a Marcolino y todos se miraron incrédulos.
-“Este fósil es muy importante ¡Y es nuestro!… Es el más grande que hasta hoy se ha descubierto…Entiendan lo que eso significa para nosotros como comunidad”- explico Marcolino sin inmutarse, y con la idea dibujada en su cabeza-…Ante la duda de todos agregó: “Yo presto el dinero para las arras y hagamos el negocio ¡ ya¡, por que no lo van a quitar para sacarlo del país… ¡Estén seguros!”
Con la decisión tomada, hicieron una promesa de compraventa a toda carrera, y mientras unos venían a la notaría del pueblo a registrarla, otros se dedicaron descubrir el fósil y a lavarlo procurando dejarlo en la posición original en que quedó al morir. Para protegerlo, construyeron una cerca rústica de maderos viejos .
No en vano se habla de:“pueblo pequeño infierno grande”. La noticia del hallazgo rápidamente se extendió y llegó a oídos del cura Gustavo Huertas, director, para entonces, del Museo Paleontológico de Villa de Leyva, quien armado del poder que le daba el cargo y de la Sotana, -que pare entonces asustaba a los campesino si se contradecía sus decisiones-, vino a apoderarse del fósil y a ejercer autoridad sobre él. Sin más, empezó a medirlo y a planear a donde llevarlo
-“Lo siento padre -le dijo Marcolino, que regresaba de la notaria con la promesa de compraventa firmada- Este fósil es de la comunidad de esta vereda porque está aquí, y además, en un predio que ya le pertenece a la Junta de Acción comunal, y usted nada tiene que hacer en este sitio”
Preso por desobedecer a la autoridad y a las sotanas
La discusión se volvió acalorada y el alcalde del pueblo, Manuel Sánchez, que ya había aparecido en el lugar, dio la orden para que lo entregaran al cura el fósil, pero, una vez más, chocó con la testarudez de Marcolino y para no perder la batalla, el mandatario, armándose del fuero de desobediencia a la autoridad, lo hizo poner preso.
En ese momento las fuerzas y los argumentos estaban en pleno equilibrio. Los unos tenían la autoridad pero el otro la tozudez de los campesinos colombianos y estaba dispuesto hacerla valer. No en vano por su propio esfuerzo había logrado que se construyera un acueducto para le vereda que dirigía, adquiriendo préstamos y buscando auxilios aquí y allá. Igualmente una carretera larga que iba desde Los Chircales hasta San Patricio y que los beneficiaba a todos.
La orden del Alcalde no dio para tanto y unas horas después, Marcolino estaba libre y en pie de lucha: montando en un caballo llegó hasta la escuela, saco a los niños y les dijo que le avisaran a sus padres para que vinieran armados de piedras, palos, machetes, lo que fuera porque estaba dispuesto a todo con tal de que el fósil no se moviera de su sitio.
Con la situación fuera de control, y al borde de una guerra chiquita, el alcalde no tuvo más alternativa que pedir refuerzos al batallón de Chiquinquirá, y al mando de una sargento, cuyo nombre lamentablemente nadie recuerda, llegó una flotilla de cinco camiones repletos de soldados.
“El sargento -dice Marco Fidel, hijo de Marcolino-, al ver a un poco de campesinos, mujeres y niños armados de palos,piedras y machetes rodeando el fósil, soltó la risa y lo que hizo, después de revisar los documentos, fue decir que el fósil se quedaba ahí y que mientras se solucionaba el problema, dejaba a unos soldados para que lo cuidaran y no se lo siguieran robando, como había opcurrido con la perna que faltaba”.
Finalmente a los campesinos de Monquira se les concedió la razón. Con la ayuda de algunos arqueólogos voluntarios, adecuaron la osamenta para ser exhibida. Apunta de bazares construyeron la casa que a lo largo de cuarenta años ha protegido el hallazgo. Después, como lo había planeado Marcolino, vendrían locales independientes y un pequeño centro comercial, que con sus arriendos, más los ingresos que generan los veinte mil turistas que visitan cada año el santuario, autofinancian el proyecto y dejan utilidades para la junta de acción comunal de Monquira, pues el municipio no tiene ningún tipo de injerencia en las desiciones que se tomen sobre el museo.
“Con ese dinero mantenemos el museo y financiamos algunas obras de infraestructura para la vereda –dice José Rivera quien además de ser uno de los vecinos de la zona, maneja la taquilla del ingreso-…Gracias a Munevar es que tenemos esta reliquia en nuestro poder y la disfrutamos cada día”