Hasta inicios de la década de los 50, las computadoras no se habían usado más que para fines militares. Hasta que una empresa de un gremio inesperado vio el potencial que tenían a la hora de gestionar grandes conglomerados.
La primera empresa que apostó por darle a las computadoras un uso en la oficina no fue una compañía informática ni una firma de ingeniería, sino una cadena de restaurantes, hoteles, salones de té y de venta de pasteles: J Lyons & Co, el conglomerado más grande de ese sector en Reino Unido.
A finales de los años 40, las computadoras no se habían usado más que para fines militares.
En Reino Unido, sirvieron para ayudar a descifrar las comunicaciones nazis durante la Segunda Guerra Mundial mientras que, en Estados Unidos, las fuerzas armadas las habían empleado para operaciones de mando y cálculos de trayectorias balísticas.
Pero hasta ese momento, a nadie se le había ocurrido meter en un despacho una de esas complicadas máquinas de gran dimensión que eran las computadoras de entonces.
Y ¿para qué? Pues para realizar esas funciones tediosas que en aquellos tiempos hacían ejércitos de recepcionistas y secretarias. Al menos, eso pensó uno de los empleados de J Lyons & Co.
“Lyons siempre estuvo a la vanguardia introduciendo nuevos sistemas que trajeran más efectividad”, recordó la programadora informática Mary Coombs en una entrevista en el programa de radio Witness History.
Coombs trabajaba entonces para Lyons y fue la única mujer implicada en el proyecto, lo que la convirtió en la primera programadora del sector comercial.
El director a cargo del área administrativa de la firma había estado en EE.UU. y había visto lo que estaba pasando con las computadoras allí y decidió que ellos mismos debían hacer algo”, le contó al periodista Mike Lanchin.
En 1947, la compañía envió a dos trabajadores, Oliver Standingford y Raymond Thompson, a EE.UU. para que se informaran sobre los últimos métodos de gestión de negocios desarrollados en ese país. Ellos fueron quienes detectaron el potencial de las computadoras para facilitar la gestión de conglomerados tan grandes como Lyons.
Fue así como ese mismo año, Lyons aportó dinero para que la Universidad de Cambridge desarrollara un prototipo de lo que luego sería el Leo I, la primera computadora destinada a los comercios. Cuatro años después, entraba en funcionamiento.
Una “calculadora” electrónica
La iniciativa “tomaba la idea de una calculadora mecánica y decidía convertirla en electrónica”, afirmó Coombs, que hoy tiene más de 90 años.
“Imagina un gran cuarto rectangular. Aquí teníamos un área en la que había unos escritorios y el equipo de programación, que éramos unos cinco. Y más allá estaba la computadora”.
“La computadora en sí misma estaba en una plataforma elevada, había mucho aire acondicionado. Pero, no me gustaría decir de qué tamaño era. Mucho más grande que este cuarto, eso sí”.
Coombs se unió a la compañía en los 50, pero para hacer un trabajo diferente. “Al principio, mi trabajo en Lyons era recolectar montones de facturas de helados. Luego, cuando pasé a ser empleada permanente, trabajé en un departamento que enviaba productos alimenticios a los salones de té”.
Cuando Coombs se enteró de que la compañía estaba buscando a gente para participar en Leo I, no dudó en ofrecerse. “Siempre había sido buena en matemáticas en el colegio, así que me lancé ante la idea”.
“Pasamos unos cuatro días aprendiendo sobre computadoras en general, sobre el sistema binario, sobre la forma en que se fabricaban las computadoras. Y al final tuvimos un examen”, recordó.
El lado matemático no fue lo único que llamó su atención: “Todos eran hombres, menos yo. Lo cual era interesante”.
5.000 nóminas por hora
Una de las primeras cosas que tuvo que hacer fue aprender a programar en la computadora, algo que ella cree que era más complicado en aquel entonces que ahora.
Debía poner a punto las nóminas de la empresa, para lo cual se introducía la información de manera manual. Leo I tardaba un minuto y medio en ejecutar instrucciones y tenía varios búferes de entrada y salida. Llegó a procesar 5.000 nóminas por hora.
Lyons creó en 1954 la división Leo Computers Ltd para comercializar la computadora. Con el tiempo, le siguieron las versiones Leo II y Leo III, la primera en usar transistores.Para entonces, las funciones de los Leo se habían multiplicado y ya no se limitaban a órdenes de compra para salones de té ni pagos de empleados.
Lyons recibió encargos para realizar cálculos de impuestos y hasta trazar trayectorias de misiles para el Ministerio de Defensa. Ford Motors le encargó las nóminas de sus fábricas.
Pero cuando Leo III llegó al mercado, otros fabricantes ya eran capaces de plantarle cara.
“Cuando recién comenzamos, cuando teníamos a Leo I trabajando por primera vez, íbamos unos cinco años por delante de cualquier otra firma”, recordó Coombs.
Pero, si bien Lyons era “un buen empleador, en el sentido de que cuidaba a su plantilla”, no era muy bueno “pagando salarios altos”, contó.
“Y claro, al ser este un sector nuevo, la gente quería ganar más dinero”.
Coombs dejó Lyons en 1969 para dedicarse al cuidado de su familia y nunca volvió a trabajar como programadora.
Las computadoras de Lyons fueron vendidas al fabricante británico de electrónica English Electric en 1964 y con el tiempo pasaron a manos de otras compañías informáticas británicas.
Las últimas acabaron en el servicio de correo, donde las dieron de baja en 1981. El mismo año en que, coincidentemente, el último de los salones de té de Lyons cerró sus puertas.
“Todos fuimos pioneros en programación, es muy interesante ‘googlear’ tu nombre en la computadora”, aseguró Coombs, que conoció a su marido en el proyecto Leo.
“Definitivamente me siento orgullosa de haber participado, oh sí, hizo mi vida mucho más interesante”. (José Infante-elmundoalinstante.com)