La cultura narco se tomó la televisión y dividió al país entre quienes defienden la necesidad de una buena imagen y quienes son partidarios de mostrar la realidad. Lo cierto es que aunque no es malo que nos cuenten la historia de nuestra sociedad, es mala la forma idealizada como nos la están contando.
Por Martha Bossio
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Tal parece que se ha vuelto recurrente todos los años el mismo dilema a la hora de entregar premios en el jurado India Catalina, uno de los reconocimientos más importantes en el medio de la televisión.
¿Hay que premiar la llamada televisión narco? ¿O hay que ignorarla? Ayer era el Cartel de los Sapos, hoy es El Capo y mañana será Rosario Tijeras… Todas producciones hechas con buenos palos que garantizan duros de la actuación, técnica del putas, escenarios la berraquera y LOS MÁS en el equipo creativo. Producciones a lo bien que se abren paso a balazo limpio en el mercado internacional. Los ratings la logran y las ventas coronan porque coronan.
Quienes hacen televisión narco están armados: no tendrán tiempo de sumar sus ganancias ni espacio para encaletar tantos verdes. Pero, ¿qué dejan estas producciones a un país con altas cifras de desempleo? ¿Con una inmensa población de desplazados y empleados de salario mínimo? Producciones donde el protagonista absoluto es Don Dinero, en la vida real tan esquivo y en la ficción tan fácil y tan accesible. Sólo hay que delinquir para ser su amigo, quien aprende a delinquir entrará en su reino. El reino de Don Dinero da comodidades, amor, poder… lo da todo…
“Después viene el castigo” dijo alguien en un conversatorio para jóvenes y otro participante respondió:
- ¿Hay peor castigo que la pobreza?
Título de la obra: “CONFUSIÓN DE VALORES”.
Pues cada día se hace menos visible la línea divisoria entre lo que hay que imitar y lo que hay que rechazar.
Un dilema en pantalla
Hablemos a calzón quitado. Ya conocemos las dos partes del discurso. Quienes apoyan dicen: “No se puede ocultar la verdad”; “La historia hay que conocerla para no repetirla”; “Fuera los moralismos”. Quienes rechazan responden: “Se está haciendo un mal a la sociedad”; “Le está mostrando a la juventud un modelo que imitar”; “Se está idealizando la cultura narco para enseñar a mentir, a robar a matar…”.
Analicemos, aunque sea por encima, las principales afirmaciones:
Que no se puede ocultar la verdad, es cierto. Pero es que las series no cuentan la verdad tal cual fue, cuentan una verdad acomodada, recortada por un ojo que filtra, empacada en papel celofán, adornada con figuras de farándula del tipo Manolo Cardona. Rotuladas con nombres que seducen, “Las muñecas de…”, “Pandillas con guerra pero también con PAZ”, “Tetas y paraísos”: verdades a medias o lo que es peor, verdades maquilladas que enmascaran las verdaderas verdades (valga la redundancia).
Que la historia hay que conocerla para no repetirla. ¿Cuál historia? ¿La historia real o la historia idealizada? Quizás tendríamos otra idea de Hitler si nos lo hubieran mostrado simpático, vestido a la moda, leal con sus amigos, cómplice en su lenguaje coloquial, enamorado y bonito. Despreciamos a Hitler porque se mostró siempre duro, siempre marcado por la cruz esvástica, siempre asesino, siempre implacable, la imagen del gran bárbaro. Muy diferente de nuestros narcos tan graciosos y divertidos hasta para matar. Tan carismáticos que los niños, al verlos por la calle, corren a pedirles autógrafos y a sacarse fotos para el recuerdo. Después de todo, son los protagonistas de la televisión, un medio que entra a los hogares colombianos sin pedir permiso y que tiene un poder de seducción mayor al de otros medios conocidos, porque llega a la razón a través de los sentimientos y toca el inconsciente con juegos subliminales permanentes.
Dinero, poder, mujeres
¿Que hay que gritarle un ¡fuera! a los moralismos…? Podría ser, sólo que aquí el asunto no es de moral sino de principios y valores filosóficos. Es claro para todos que no está bien matar, pero en el orden de valores en la cultura narco primero está ganar (dinero-poder-mujeres), aunque para eso haya que matar. De esta manera los valores cambian de lugar como en un juego de naipes en donde las cartas funcionan dependiendo del momento en que se muestren.
Entonces, hay algo que debemos dejar claro: no es malo que nos cuenten la historia de nuestra sociedad, pero es mala la forma idealizada como nos la están contando. Esta forma contar inhibe la reflexión y conduce a la imitación.
Al idealizar la historia se transforma la realidad. Al transformar la realidad cambian los niveles de interpretación. La realidad cruda y escueta se interpreta con categorías conocidas (las leyes). La realidad idealizada como en los cuentos infantiles se interpreta con categorías lúdicas (los sueños, los juegos). Las categorías lúdicas legitiman todos los modelos, incluido el crimen: “Michín dijo a su mamá, voy a volverme paleta y el que a impedirlo se meta, en el acto morirá”. Los crímenes de los cuentos son crímenes de mentira, que no incomodan a nadie. La interpretación está dada en el texto, se vuelve un chiste, no existe.
Legitimando el crimen a través de las formas lúdicas, éste entra a formar parte de nuestro orden de valores. Los valores aceptados empiezan a propagarse por la sociedad con la rapidez de un virus y entonces ya no hay tapabocas que lo detenga. Hasta la religión se vuelve cómplice como lo prueban los rezos de los sicarios a la virgencita de su preferencia.
Con razón el presidente de Panamá tiene tanto miedo a las telenovelas colombianas y ha pedido que las transmitan en horarios de bajo consumo. ¿Y las consecuencias? Están a la vista o a la cifra:
- Desde que comenzó el auge de la televisión narco la delincuencia juvenil se ha multiplicado en un 70%o en temas de droga. (¿Coincidencia?).
- Dicen jóvenes entrevistados sobre el tema que esta clase de televisión les ha permitido conocer la vida de los narcotraficantes por dentro “aprender de sus trucos y manejar sus criterios”.
- Hasta los periodistas apoyan porque “en este país de pícaros conviene aprender picardías”… (ídem)
No son cifras estandarizadas, pero son cifras preocupantes. ¿Habrá que seguir premiando la televisión-narco?