Por: Juan Restrepo
Joaquín El Chapo Guzmán ha sido extraditado a Estados Unidos. No le valieron los recursos de amparo y triquiñuelas de sus abogados desde el pasado septiembre, cuando se conoció esta decisión. Una vez más los mexicanos –y más concretamente el partido de gobierno–, vuelven a demostrar que son maestros en eso de producir grandes noticias la víspera de una noticia importante. Los ejemplos son numerosos y no es este el lugar ni el momento de exponerlos, basta ir a la hemeroteca de internet.
Y recordar cuándo ocurría el “dedazo”, la designación de un candidato a la presidencia por el Partido de la Revolución Institucional, PRI: durante un encuentro de la selección nacional de fútbol, durante la visita al país de alguna personalidad internacional y cosas así. La víspera de la toma de posesión de Donald Trump, nos sorprenden con esta novedad.
Sí, ha ido por El Chapo un avión de la DEA, y el asunto habrá sido acordado hace días; pero en el elección de la fecha, el gobierno de Enrique Peña Nieto no habrá sido tan inocente. También sabemos que en México existe independencia del poder judicial, pero a veces ocurren estas casualidades.
Y puestos a rizar el rizo de las casualidades, esta clamorosa extradición ocurre en plena cumbre de Davos, Foro Económico Mundial en donde el pesimismo sobre México ha sido extremo y se ha tenido la percepción de que no importa lo que haga Peña Nieto. Haga lo que haga es muy difícil que recupere el crédito perdido.
Fue precisamente en este foro, hace exactamente un año por estas mismas fechas, que el presidente mexicano se apeó del tradicional nacionalismo del PRI, que siempre ha considerado la extradición como una mancha en el orgullo patrio. La fuga del líder del cartel de Sinaloa el mes de julio anterior al encuentro de 2016, con el consiguiente ridículo internacional, llevó a Peña Nieto a anunciar, refiriéndose al El Chapo Guzmán, que había pedido a la Procuraduría “acelerar el trabajo para lograr lo más pronto posible la extradición de este delincuente”.
Su antecesor, Felipe Calderón, hizo del recurso de la extradición un uso extensivo como elemento disuasorio del tráfico de drogas a gran escala. De nada sirvió. Como de nada servirá la extradición de Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, a Estados Unidos. Mientras haya demanda, y nada indica que ésta disminuye, el negocio del narcotráfico será floreciente y la caída de un capo solo significa que corre el escalafón: un nuevo jefe tomará su relevo.
Hace poco más de una década, Felipe Calderón, vestido de uniforme militar –cosa doblemente sorprendente en un país como México que no suele prodigarse en esta vestimenta–, declaró solemnemente en Michoacán la guerra del Ejército y la Marina mexicanos, y no solo de la Policía, a los carteles de la droga. El resultado de estos diez años de lo que pomposamente se llama guerra contra el narcotráfico son más de 150.000 muertos, solamente en México.
En Colombia, que algo se sabe de este asunto, pasaron casi inadvertidas las referencias del presidente Juan Manuel Santos el 11 de noviembre en su discurso de aceptación del último Nobel de la Paz, a la guerra contra el narcotráfico, que “no se ha ganado, ni se está ganando”… y que “es igual o incluso más dañina que todas las guerras juntas que hoy se libran en el mundo”.
No lo dijo The Economist, revista que se ha ocupado durante años de este asunto, insistiendo en la necesidad de la legalización, ni un ecologista ni un estudioso del asunto. Lo dijo el presidente en ejercicio del país que, en palabras de Santos, “ha sido el que más muertos y sacrificios ha puesto” en esta absurda guerra que se retroalimenta constantemente y que mientras más se endurece, más se alarga y más se pierde.
Cada vez que puedo, no desperdicio la oportunidad para recordar un dato (o descubrirlo, porque poca gente lo conoce) que debería servir para la reflexión. El país que primero y mejor abordó el problema de un consumo masivo de droga por parte de un sector de su población, fue España. En el siglo XIX, ante la avalancha de emigración a Filipinas —su colonia en Extremo Oriente— de población china, mayoritariamente consumidores de opio, el gobierno de Madrid se hizo cargo de su distribución únicamente para esa etnia, acabando así con la mafia de intermediarios.
Luego, los norteamericanos se apoderaron de Filipinas e ilegalizaron la droga. Les pudo su calvinismo. Y los chinos, a través de la nao de Manila, que atravesaba el Pacífico, les devolvieron el favor llevando la adormidera a México y creando así el primer foco de producción de opio y heroína que pronto fluyó al otro lado del Río Grande. Y que es el campo en el que han nacido y crecido los actuales carteles de la cocaína.
Mi opinión personal es que la extradición de El Chapo es un fuego artificial que viene bien (o cree que viene bien) al gobierno mexicano, al organismo de lucha contra el narcotráfico, la DEA, y a los jefes policiales de ambos lados de la frontera, que ahora se cuelgan medallas con un episodio que no le hará ni cosquillas al negocio del narcotráfico.