La era azul

Después de 17 años de estar tras bambalinas, Ana Marta de Pizarro entra en escena para dirigir el Festival Iberoamericano de Teatro. Atrás queda la época del frenesí, el agite y del pelo colorado de Fanny Mikey, para pasar a una temporada de calma, reflexión y del tranquilo tinte azul de la nueva cabeza de la fiesta.

Por Germán Hernández

Delante de esa melena colorada que sirve de símbolo del XII Festival Iberoamericano de Teatro, unos rizos azulados permanecen quietos y despreocupados ante la amenaza de cualquier ventarrón. Ana Marta de Pizarro los expone con una calma hipnótica, casi sedante, que sólo puede manifestarla quien tiene el control de la situación. Sin embargo, está por terminar de organizar la llegada de 80 compañías internacionales de 40 países de los cinco continentes, para coordinar el trabajo de más de 100 agrupaciones teatrales colombianas, para concertar la presentación de más de 1.000 funciones, 15 estrenos mundiales y dos grandes conciertos, y para ajustar los detalles finales para la programación de 22 salas de teatro, 42 espacios al aire libre para teatro callejero y 150 funciones gratuitas.

Ante semejante torbellino, ella confiesa encontrarse muy nerviosa. Pero parece que alguien le transmitiera algún tipo de serenidad invisible que le permite capear el temporal. “A veces siento que Fanny me habla”, dice.

Se refiere a la fallecida creadora del festival, cuya alma aún ocupa todos los ámbitos del espectáculo, desde el afiche oficial del certamen hasta la dedicatoria del mismo: ‘Homenaje a Fanny Mikey’. Pero esta vez detrás del telón ya no existe ese frenesí de pelo colorado que movía los engranajes del evento, sino una reflexión añil, sosegada, que controla el escenario.

“Yo soy distinta”, advierte Ana Marta, una antropóloga de la Universidad Nacional que el día de sus sueños quería ser bailarina de flamenco, pero que cambió las castañuelas por el libro rojo de Marx. Y que, aunque trabajó con la actriz argentina desde octubre de 1993, nunca llegó a parecerse en nada a ella.

“Ella pudo ser el complemento del volcán en erupción que era Fanny, porque era su contraparte racional”, dice Diego León Giraldo, actual director de la revista Elenco y quien trabajó con ambas como jefe de prensa del Festival, durante varios años. “Ellas dos eran como el yin y el yang –asegura el periodista Julio César Manchola, que también trabaja en el festival desde hace años–: de temperamento opuesto, pero complementarias”. Ahora, el yang se ha aplacado y empieza la era azul, la era del yin.
“Fanny me dejó la responsabilidad del Festival y a su hijo Daniel, que es parte de mi familia”, dice ella. “Pero no me siento reemplazándola, sino asumiendo el reto de no dejar morir ese carnaval que Bogotá se merece”, agrega.

Y es que, a pesar de esta tranquilidad aparente, se nota cómo se aviva la llama de la pasión cuando se refiere al festival. Es la misma que se encendía en la universidad de los años 60, cuando ingresó a las Juventudes Comunistas con el ánimo de cambiar el mundo. Duró diez años contagiada por el virus de la revolución socialista, y se hizo buena amiga de Carlos Pizarro Leongómez. A través de él conoció a su hermano Juan Antonio (Pizarrito) como ella le dice, y después de un tiempo se hicieron amigos, novios, esposos y padres de dos hijos.

Al final se decepcionó del comunismo y se dedicó a la gestión cultural. Pareció afectarla el radicalismo ideológico que no permitía placeres pequeño-burgueses como la danza flamenco, el ‘de’ de casada y la nostalgia del ayer. “Me desilusioné de un líder de izquierda porque quería desterrar mi canción favorita: Yesterday”, asegura.
“Yo siempre le decía a Fanny que esto del festival es como una militancia política –recuerda hoy–: tiene los mismos afanes y los mismos sueños y es, al final, una utopía”. Pero añade que si el primer festival tenía como lema ser un acto de fe, esta doceava versión es un ejercicio de certeza.

Y también de algunos sueños a punto de cumplirse, como el de traer este año al Circo Éloize, dirigido por Daniele Finzi Pasca, Julie Hamelin y Jeannot Painchaud, que ambas habían visto en Nueva York en el 2007. “Cuando terminó la función, las dos estábamos llorando –recuerda– y Fanny prometió que en el próximo festival los iba a invitar. Eso no se pudo en el 2008, pero este año por fin vienen”.

Lo mismo sucederá con la obre Medea, del Shizuoka Performing Arts Center, de Japón, otra ilusión nunca realizada de Fanny Mikey que ahora se podrá ver, bajo la dirección de Satoshi Miyagi, en el teatro Colsubsidio de Bogotá.

Pero, para Ana Marta de Pizarro, este año será inolvidable para todo el teatro nacional. “La otra tarde nos sentamos a escoger las diez obras que no había que perderse –dice, mientras se cuadra los mechones de su nuevo ensortijado azul–. Nos salieron 22”.
Sin embargo, son más de mil las funciones que desde este 19 de marzo se empezarán a ver en la capital. Y eso le demanda a su directora un trabajo sin límite de tiempo. “Si el que quiere un empleo en el festival piensa que acá laboramos de 8 a 12 y de 2 a 6, mejor que no venga”, advierte ella, como reafirmado que ese acto de fe en tiempos de crisis precisa de 24 horas al día. Es la única manera de que este 19 de marzo, cuando se levante el telón, Ana Marta entre en escena con su tranquilidad azul pero con el espíritu de pelo rojo, nariz de payaso y sonrisa abierta. “Estoy segura de que Fanny será mi ángel de la guarda –dice ella–, pero lo bueno es que también será el diablo”.

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