“La caridad entra por casa”, este viejo adagio era utilizado por nuestros padres para que los hijos, y los hijos de sus hijos, antes que ayudar a otros, se ayudaran a sí mismos. Y esto se cumplía, en épocas en que los valores no estaban tan revaluados. Cuando la unión familiar era un todo. Cuando la hora de la cena era un momento de reencuentro entre padres e hijos que compartían sus alegrías, sus añoranzas sus deseos y sus tristezas. Pero llegó la televisión, el internet y los teléfonos celulares. En nuestro caso particular, en Colombia, se acentuó la industria malvada del dinero fácil, para el que todo se vale, y entonces se fortalecieron los egoísmos, las individualidades y la pérdida total de valores. “El sálvese quien pueda, que yo soy yo, y los demás me importan un…” permeó a nuestra sociedad, y entonces la Corte Constitucional tuvo que regir sobre valores innegables, sentenciando que los hijos están obligados a dar la manutención de sus padres cuando estos,por incapacidad, no puedan hacerlo por sí mismos.
Esta sentencia es muy oportuna si se tiene en cuenta que, solamente en Bogotá, el 6O% de a los adultos mayores son víctimas de maltrato.
Si la justicia debe intervenir sobre estos temas, es claro, como ya se dijo, que los valores están resquebrajados y que nuestra sociedad se socava y se autodestruye cuando no se reconocen las obligaciones naturales frente a quienes nos dieron el don de la vida. Lo que falta frente a esta decisión es un seguimiento estricto a cada caso para que no ocurra lo mismo que ocurre con los padres que niegan la manutención de los hijos y que, en muchos casos, se burlan de las leyes y hasta evitan la condena de cárcel por no cumplir . Lamentable, la miopía de nuestras autoridades frente a los infractores de la ley es evidente en todos los campos y nuestras normas jurídicas demasiado laxas, pues el infractor tiene todas las posibilidades de enarbolar su delito, sin temor alguno.