La alumna que no salía al recreo

Por: Rufino Acosta Rodriguez
Tomada de elblogdefeerfallinlove.files.wordpress.com

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Permanecía al pie de la ventana desde donde se podía ver el patio de recreo. Enmarcaba una escena que se repetía como estribillo de canción, pero sin fondo musical. Era el reflejo de la melancolía, de la tristeza y de las ilusiones que se evaporan. Aunque algo brillaba en medio de lo gris. Tal vez el reflejo de una fuerte personalidad.

Día a día, la joven, de apariencia frágil y menuda, seguía en el mutismo y la mirada hacia el patio de lo que quizás consideraba inalcanzable. A veces hasta las pequeñas cosas toman ese cariz.

¿Qué le pasa a esa niña? ¿Por qué no sale al descanso, como todos sus demás compañeros?

Eran preguntas que se le ocurrían al profesor de sociales, que captó la curiosa situación y decidió averiguar los motivos de aquella estudiante para no salir del salón.

«Hola…¿Como estás? Dime, ¿no te gusta ir al recreo?

«Claro que me gusta, profesor»

!¿Y entonces, si se puede saber, por qué te quedas acá?

«Me da pena, pero es que no tengo un peso para comprar un refresco y por eso prefiero sentarme aquí. Así ni siquiera gasto energías».

El educador tomó una rápida decisión y le ofreció algunas monedas. al tiempo de pedirle que saliera y se integrara con sus compañeros.

Tal parece que ese gesto desprevenido lo hizo varias veces y aquella alumna ya no aparecía en el sitio habitual cuando sonaba el timbre para invitar a los momentos de solaz. Pasó el tiempo, el bachillerato sacó a nuevos jóvenes en busca de oportunidades, y la niña de la ventana se perdió de vista.

Claro que el mundo gira y gira. Es lo que enseña la experiencia y lo que se escucha en el refranero popular. Nunca se sabe lo que te vas a encontrar a la vuelta de la esquina.

Por una especial circunstancia, las vidas de la educanda y el profesor se volvieron a cruzar de manera inesperada y decisiva.

Cualquier día, el licenciado tuvo que acudir a un préstamo de una entidad financiera. Tenía que pagar las matrículas universitarias de dos de sus hijos y lo ahorrado no le alcanzaba. Pidió la cita, y, oh sorpresa, ¿saben quién era la encargada de definir los créditos? Supongo que adivinarán la respuesta.

El episodio, que traigo a manera de cuento, no es cuento, porque se produjo en la realidad, y sirve para reafirmar aquello de que la vida da muchas vueltas y casi siempre se cosecha lo que se siembra. La moraleja no necesita explicación.

Sobre Rufino Acosta

Periodista y abogado. Se inició en el programa Deporte al Día, de La Voz de Santa Marta, en 1960. Trabajó con El Informador de la capital del Magdalena entre 1961 y 1964. Fue corresponsal de El Espectador en 1964 y desde 1965 hizo parte de la redacción deportiva en Bogotá, hasta su retiro en 1998. Estudió Derecho en el Externado de Colombia (1965-1969). Afiliado al CPB y Acord Bogotá.

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