Por: Rufino Acosta Rodríguez
Es inevitable que me sienta triste. Era un amigo noble, generoso y siempre jovial. Hablo del doctor Fidel Mendoza Carrasquilla, quien acaba de fallecer en Miami, Estados Unidos, a la edad de 89 años. Digo que me invade la nostalgia pero al mismo tiempo estoy seguro de que, como era Fidel, sin duda diría que es la ley de la vida y él supo vivirla con toda intensidad. Una cruel enfermedad se lo llevó y sin embargo no creo que fuera suficiente para quitarle la sonrisa ni dañarle el buen humor.
Desde luego, Fidel Mendoza era un hombre serio cuando le correspondía ejercer funciones como dirigente deportivo. Después de permanecer durante diez años al frente del Comité Olímpico de Colombia, fue elegido como miembro vitalicio del Comité Olímpico Internacional (COI). También hacía parte de la comisión médica. Durante más de diez lustros estuvo en el frente de batalla.
Durante su ejercicio profesional se destacó como internista. Fuimos sus pacientes durante largo tiempo y nunca dejó de tratarnos con enorme simpatía y eficiencia profesional. Recuerdo que cuando estaba próximo mi matrimonio con María Myriam Sánchez, acudí a su consultorio para quejarme de un dolor en la espalda. Sin perder su gracejo habitual, me despachó con esta frase “déjate de pendejadas…tú no puedes enfermarte ahora”. Huelga decir que estuvo en la boda.
Al tiempo que asumía el papel directivo, Fidel Mendoza mostró otra faceta de su rica personalidad como agudo comentarista, y fueron célebres sus columnas dominicales en El Espectador. Tocaba diversos temas de la actualidad y de vez en cuando se metía en honduras, sin que jamás le quitaran una coma. “Yo sé que a Guillermo (Cano), a Mike (Forero) o ti, de pronto les causa alguna molestia lo que voy a decir, pero no hay otra forma”, solía señalar tras una sesión de risa contagiosa.
En realidad eran solo pasajes de buen humor, con algunas palabras duras. Nada más. Tenía amplia audiencia. La lectura de sus notas era elevada y así se ratificaba con mensajes que llegaban a la redacción deportiva.
Fue bastante cercano a la familia Cano. Solía contar con su estilo de mamagallista soberbio el episodio con don Guillermo y su esposa doña Ana María en los Juegos Olímpicos de Múnich 1972. Por alguna razón, el fotógrafo inscrito por El Espectador no pudo viajar y se creaba ese vacío. Ante la circunstancia, don Guillermo acudió a Fidel para indicarle que doña María sería la reportera gráfica pero necesitaba credencial. “Vamos a ver qué se pueda hacer”, dijo el dirigente. Y los citó en las oficinas donde otorgaban las credenciales, para indicarles que el único requisito era una carta firmada por el director. De inmediato, contaba Fidel, don Guillermo hizo la nota, la firmó y la entregó. Asunto concluido. Así se salvó el cupo de la fotografía en aquellos Juegos, que le dieron a Colombia sus primeras medallas y pasaron a la historia por el trágico episodio del asalto y muerte de los deportistas israelíes por parte del terrorismo fedayín.
Pasar un rato en charla con Fidel Mendoza Carrasquilla era una experiencia gratísima. El apunte de humor estaba latente. Recordaba episodios de su tierra, se sabía miles de anécdotas y por su manera de contarlas era cuestión de risa segura. De hecho, el fabuloso éxito de sus crónicas radicaba en el estilo fácil y ameno que empleaba. Nada rebuscado. Lenguaje castizo y claro.
Había nacido en Turbaco, Bolívar, el 7 de julio de 1925. Se sentía orgulloso de su patria chica y así lo dejaba consignado cada vez que ello fuera preciso. Era un experto en béisbol y boxeo. Estuvo al lado de las grandes figuras, bien como consejero o en calidad de profesional de la medicina. Recorrió medio mundo en compañía de Antonio Cervantes “Kid Pambelé” y al regreso de cada viaje nos ponía al día con las aventuras del gran campeón mundial welter ligero.
Sobre su origen turbaquero, solía narrar el encuentro con un paisano de apariencia “gringa” en el metro de Nueva York. “Por espacio de varios minutos, ambos tratábamos de comunicarnos en inglés, algo macarrónico de mi parte, hasta cuándo se me ocurrió preguntarle de dónde era. Y al decirme que de Turbaco, comencé a reír y le dije, eche, yo también…Y ambos se explayaron en la lengua de Cervantes, aunque con acento criollo.
Desde hacía 61 años, Fidel se había casado con la dama tolimense Olga Franco, su fiel compañera de viajes hasta hace pocos años cuando se declaró aburrida de tanto avión. Tuvieron cinco hijos: José Miguel, también médico, radicado en Alemania, donde ejerce con éxito; Juan Carlos, capitán de Avianca, María Cristina, María Esperanza y Olga Bibiana.
Su última aparición como dirigente fue en Veracruz, México, durante el congreso de la ODECABE, En el que se le otorgó a Barranquilla la sede de los próximos Juegos Centroamericanos y del Caribe. Le había comentado al colega y también su gran amigo, Antonio Andráus Burgos, que Colombia no tendría problemas para llevarse el tercer puesto de los Juegos que estaban por comenzar en el puerto mexicano. Así ocurrió.
Fidel Mendoza Carrasquilla deja la huella de un dirigente incansable, el sello de un amigo excepcional, de esposo abnegado, padre amoroso y abuelo consentidor. Estamos compungidos por su partida hacia el infinito. Tal vez desde allá nos diga, con su invariable jovialidad, que se fue satisfecho. Tuvo una larga y espléndida vida. Fue un buen ser humano, un hombre feliz.
La familia no tenía prevista ninguna ceremonia. Tras la cremación en Miami, sus cenizas descansarán en un sitio especial de la finca que tienen en Melgar. Era su deseo y se cumplirá tal cual. Desde luego, no faltarán los homenajes.