Por Gilberto Castillo.
Dos veteranos de la guerra con el Perú, el general Hernán Mora Angueira y el coronel Daniel Amórtegui, en reportaje con Gilberto Castillo, recordaron en 1988, como un grupo de peruanos armados invadieron Leticia. Esta historia que cobra gran actualidad en estos momentos de conflicto con Venezuela y Ecuador, es recordada en sus puntos principales, por dos de sus protagonistas.
El 1° de septiembre de 1932, un grupo de peruanos se tomó la ciudad de Leticia, e izó la bandera de ese país, creando un conflicto para el que Colombia no estaba preparada militarmente. 66 años después, dos militares que hicieron parte del Ejército colombiano revivieron este hecho que afortunadamente no tuvo mayores consecuencias.
Los invasores peruanos entraron en Leticia a las cinco de la mañana, amedrentando a la ciudadanía y apresando a las autoridades, encabezadas por el intendente Villamil Fajardo. Los peruanos estaban apoyados por algunos militares que se disfrazaron de paisanos. En su mayoría eran obreros de la casa Arana y de la hacienda La Victoria. La invasión fue planeada unos días antes, durante una fiesta, por los señores Julio César Arana (propietario de la explotación de caucho), por Constantino Vigil, propietario de La Victoria y senador peruano. Ellos, por los intereses que tenían en la zona, no apoyaban el tratado Lozano-Salomón, que desde 1.930 definía los límites entre Colombia y el Perú.
No había cómo llegar a Leticia.
El hoy general en retiro, Hernán Mora Angueira, hacía parte de un batallón colombiano que se encontraba cerca de Leticia cuando ocurrió la invasión, y por esta razón conoció de cerca los motivos de la toma.
Todo se fraguó entre los señores Arana y Vigil; -dice-, porque al primero le preocupaba que gran parte del caucho que estaba sin explortar, quedara a éste lado de la frontera. Si a ello le agregamos que la casa Arana había perdido gran parte de su influencia, porque los holandeses ya lo cultivaban en forma más tecnificada en las islas de Borneo y Sumatra, mientras ellos lo hacían localizándolo al azar en la selva, vemos que no les faltaban razones. Al segundo lepreocupaba que parte de la tierra que había anexado a su hacienda, corriendo mojones y sembrando caña, quedaba en territorio colombiano. El gobierno del presidente Olaya Herrera, en un comienzo no tomó el hecho como un acto de guerra, sino como un acto de policía de frontera, ya que no había por dónde llegar a la zona y porque el país no tenía fuerza de aviación ni de marina y el poco ejército estaba mal armado.
El gobierno de Colombia envió a Ginebra a sus representantes Luis Cano y Eduardo Santos, para que ellos ante la Sociedad de las Naciones (organismo internacional anterior a la ONU) hicieran la reclamación. La insistencia de los peruanos por conservar el territorio invadido, hizo que en Colombia saliera a flote un sentimiento patriótico, y a nivel nacional, se organizaron grandes manifestaciones y cruzadas cívicas para colectar fondos y apoyar al gobierno en su afán por adquirir armamento. Las mujeres fueron las más entusiastas, y encabezadas por la primera dama, doña María Teresa de Olaya, donaron sus joyas y hasta las argollas de matrimonio.
Una travesía infernal.
En esa época, estando en Bogotá, el coronel retirado Daniel Amórtegui, quien por entonces era subteniente, recibió órdenes de trasladarse a Barranquilla para hacer parte de la expedición que a las órdenes del general Efraín Rojas, debía viajar al sur a desalojar a los peruanos. La preparación del ejército duró tres meses aproximadamente -diceAmórtegui-. Los únicos buques que tenía Colombia, pertenecían a la flotilla del Magdalena, y debían ser reacondicionados, para que por el mar, bordeando el Cabo de la Vela, las costas de Venezuela y las Guyanas, llegaran a Belén del Pará, en la desembocadura del río Amazonas, donde se reunirían con otros buques que desde Europa traía el general Vásquez Cobo. En el buque Boyacá (el más grande de todos, recientemente comprando a los Estados Unidos) se transportó el grueso de la tropa. Los otros eran de Bogotá, el Pichincha y el Barranquilla, que fueron acondicionados como cañones. De Puerto Colombia salimos el 3 de diciembre, y en un viaje, que no volveré a repetir por ningún dinero del mundo, me tocó hacer parte de la tripulación del Barranquilla.Un buque pequeño que no resistió las embestidas del océano, y que por las averías que sufrió, a los pocos días de zarpar, tuvo que refugiarse en Curazao, donde permanecimos durante cuatro días haciendo reparaciones, mientras el resto de la expedición seguía adelante. Después de zarpar, nuevamente empezó a hacer aguas (inundarse), y esta vez, con nuevos daños, fuimos a parar a Trinidad, a donde llegamos el 23 de diciembre, a las dos de la mañana, a punto de hundirnos porque sólo faltaba que un pie de agua entrara para que el barco se fuera a pique. Allí, después de permanecer ocho días, porque nadie trabaja en fiestas de Pascua, le colocamos bombas de achique a los motores, para que a medida que fuéramos navegando, el agua que entrara en el buque fuera nuevamente arrojada al mar. Muchas veces debíamos ayudar a sacar agua empleando baldes. Finalmente, después de 31 días de viaje logramos llega a Belén de Pará, donde nos reunimos con el resto de la expedición. Los cuatro barcos que salieron de Barranquilla, junto con los que trajo el general Vásquez Cobo, de Europa, formaron la primera flota marina que tuvo el país.
La aviación colombiana también tuvo su origen durante el conflicto y el primer comandante de la escuadrilla de seis aviones que fueron comprados, fue el capitán Erbet Boy, quien era jefe de pilotos de la naciente empresa Scatda y había combatido durante la primera guerra mundial.
La batalla de Guepí, una de las más duras.
Al contrario del coronel Amórtegui, la división de la que hacía parte el general Mora, sí tuvo que intervenir en varios combates. «Estuve en la batalla de Laguyano, en la de los Santos y en la de Guepí que fue la más dura. En Guepí era donde más fortificados estaban los peruanos. El sábado 25 de marzo de 1993, tomamos la decisión de atacarlos al día siguiente, para tomarlos por sorpresa, pues ellos tenían la creencia de que los colombianostomábamos trago los sábados y por lo tanto los domingos estábamos enguayabados. Recuerdo que entre el coronel Boy, jefe de la aviación, y el coronel Rico, comandante de la división, hubo una discrepancia, porque mientras el primero sostenía que debíamos avisarle al enemigo de nuestro ataque, el segundo decía que era mejor tomarlos por sorpresa. Finalmente, el coronel Rico, responsable de la acción se impuso. A las siete y cuarenta cinco minutos de la mañana, recibimos la orden de avanzar. Una hora después el comandante Solano dio la orden de abrir fuego. La batalla era intensa pero lográbamos avanzar poco a poco. Cada vez que dábamos en un blanco, la tripulación del barco lanzaba grandes exclamaciones de júbilo. A las once y cuarenta y cinco avanzamos a toda máquina rompiendo el fuego, hasta cuando sentimos que el casco del barco encallaba al pie de una loma. Todo quedó en silencio, el sargento Néstor Ospina y otros soldados clavaron el tricolor colombiano en ese sitio en donde sólo había humo, armas, víveres abandonados y destrucción.
Mercenarios sin paga.
El general Vásquez Cobo que, por petición del presidente de Colombia, recorrió varios muelles europeos comprando buques y contratando mercenarios que vinieran a pelear, llegó a la desembocadura del río Amazonas cuando prácticamente el conflicto ya tocaba a su fin.
Con la terminación de las hostilidades, el general Vásquez Cobo se vino a Bogotá a rendirle cuentas al gobierno, y yo, que había sido ascendido a capitán, tuve que quedarme a cargo personal que él había traído –dice Mora Angueira-. Después de dos meses, la situación se tornó apremiante porque la comida escaseaba, y como yo no sabía cómo pagarle a los europeos, para que regresaran a los puertos de donde habían sido traídos. Finalmente, cuando ya no soportaba las protestas de los europeos, apareció un auditor del gobierno con chequera en mano y a todos les pudimos pagar su salario. Muchos regresaron a sus países de origen, pero otros se quedaron en Colombia o en el Perú.
«Si se enteran de que busco la paz me tumban del poder».
A la muerte del presidente Sánchez Cerro, lo sucedió en el poder el mariscal Oscar Benavides, quien un par de años antes había sido colega, como diplomático del doctorAlfonso López Pumarejo, en Londres.
Al asumir Benavides la presidencia, el doctor López le propuso al presidente Olaya Herrera que le permitiera viajar a Lima, donde él, aprovechando su amistad conBenavides, le propondría un alto al fuego. El presidente le respondió: Vaya usted doctor López y haga lo que pueda, pero tenga presidente que no lo puedo enviar en misión oficial, porque esta en una guerra que ha despertado a tal punto el espíritu nacional, que todo el mundo ha donado su dinero para las armas, y si se enteran que voy a negociar la paz, son capaces de tumbarme del poder.
El doctor López llegó a Lima donde fue recibido por el presidente peruano, quien conocía muy bien la zona del conflicto, ya que en 1912 había derrotado a los colombianos en el combate de La Pedrera. Después de conversar llegaron a la conclusión de que no valía la pena seguir peleando y resolvieron reunirse a negociar en el Río de Janeiro.
Como epílogo de todo, el doctor López y sus acompañantes, su hijo Fernando López Michelsen y el señor Emilio Toro, por poco no regresan con vida a Bogotá, ya que a los pocos minutos de despegar de Lima el avión donde viajaban perdió una hélice y cayó al mar no muy lejos de la costa. Afortunadamente no sufrieron consecuencias y rápidamente fueron rescatados.