El descubrimiento y la explotación de la sal

Crónica de cómo fue descubierta la sal que extraían los indígenas y cómo se desarrolló esta salerosa industria según lo narra el periodista Óscar Alarcón en un texto escrito para la edición decembrina del periódico Ciudad Viva.

Por Óscar Alarcón

Las salinas de Zipaquirá fueron una riqueza natural codiciada por las diversas tribus chibchas que poblaron la altiplanicie cundinamarquesa. La posesión de esas minas fue motivo de las luchas bárbaras en que se enfrentaron varias veces el zaque de Tunja y el zipa de Bacatá. Las luchas de ellos, que constituyen la historia bélica de los pueblos chibchas, eran la expresión de una contienda económica, constante y ávida por la posesión de una fuente esencial de subsistencia.

La llegada al ‘país de la sal’ por el grupo de los conquistadores, estuvo precedida de casi un año de angustias, desde cuando salieron de Santa Marta el 6 de abril de 1536. Tan pronto vieron la sal por primera vez en Tora o Barrancas Bermejas, llegar al territorio de los panes de sal se convirtió en el primer objetivo. Según relato de Gilberto Castillo en su libroRecorriendo el tiempo, después de despedirse de quienes quedaron en los barcos, de abrazarlos con fervor del triunfo y la esperanza de no convertirse en cadáveres, el ejército de mendigos, enfermos y con bordones hechos con cualquier vara de la selva, emprendieron el camino el 28 de diciembre de 1536, después de celebrar una tranquila Navidad y disfrutar de dos meses de descanso.

El 7 de marzo de 1537, Jiménez de Quesada y sus soldados llegaron a Chicachica y vieron cómo los indios trabajaban la sal.

Control de las salinas

El dominio de los españoles sobre los chibchas les dio el control de las salinas de Zipaquirá y Nemocón que ellos utilizaron como medio de presión económica para rendir a las tribus que adquirían la sal por trueque con los indígenas de la altiplanicie. Así fueron vencidos los aguerridos y temibles panches. Se entregaron al yugo español para obtener sal.

Cuenta Guillermo Hernández Rodríguez, en su muy ponderada investigación sobre los chibchas, la colonia y la República, que para poder gozar de las ventajas de sus tierras, estos aborígenes se vieron impulsados a desarrollar la agricultura y explotar las minas de sal. Las dos actividades constituyeron el armazón dentro de la cual prosperó la cultura chibcha. En el orden cronológico, agrega, se hace difícil establecer si la elaboración de la sal precedió al desarrollo de la agricultura o si fue al contrario. La alimentación de carne parece exigir menos imperiosamente su condimentación con cloruro de sodio, en tanto que, con los vegetales, se hace más necesario el empleo de dicha sustancia.

Es fácil concebir que las tribus que habitaban cerca del mar llegaron al descubrimiento de la sal con el simple hecho de hervir los vegetales dentro de agua de mar, lo que los llevó a apreciar la presencia de este ingrediente. Dentro de los chibchas es lógico suponer que hubo un gran esfuerzo para abastecerse de sal, no sacándola por evaporación de las aguas saladas sino teniendo que hacer excavaciones y descubrir las minas.

Los chibchas explotaban las minas de sal de Zipaquirá, Nemocón y Tausa. Perforaban la tierra en estrechas galerías con ayuda de instrumentos de madera. Compactaban la sal evaporando el agua salada en grandes vasijas de barro llamadas gachas. El pan así formado se sacaba rompiendo la gacha, que únicamente servía por una sola vez. Estos panes solían tener dos o tres arrobas de peso.

Los quimbayas, por el contrario, empleaban un método distinto. Dice Pedro Simón que ellos tenían fuentes de agua salada. Echaban el agua en pailas de cobre, no de barro, porque no cuaja, y cuando se espesaba la apartaban del fuego y volvían a desleír con agua salada, y volvían a hervir hasta cuando se cuajaba en granos —no en pan como la de los chibchas—, la sacaban y envuelta en un paño metían y apretaban entre ceniza fría hasta cuando salían los granos de sal muy blancos y buenos. Asegura que de arroba y media de agua se sacaba una libra de sal.

Gran Negocio

Muchos años después, la sal fue un gran negocio pero, como siempre sucede, su explotación no estuvo a cargo del Estado sino de concesionarios particulares. Los ricos de la época, Carlos Michelsen Koppel, Raimundo Santamaría y Miguel Saturnino Uribe, tenían firmados contratos con la Nación en ventajosísimas condiciones, para la explotación de las minas de sal de Nemocón y Zipaquirá.

Como sucede ahora y también ocurría antes, los ricos de la época se juntaban y se emparentaban. Carlos Michelsen Koppel, de ascendencia danesa, se casó con María del Carmen Uribe, hija natural de Bernardina Ibáñez y Miguel Saturnino Uribe. Éste, santandereano, tuvo tantos hijos como el coronel Aureliano Buendía: tantos que cuando dio un dinero para arreglar un colegio en El Socorro, regentado por los Capuchinos, a quienes llamaban los Capachos, el ingenio de la época le compuso esta quintilla:

Miguel Saturnino Uribe,
amigo de los capachos,
reconstruyó este plantel,
pero hizo antes los muchachos
que habían de educarse en él.

Esos ricos de la época –Michelsen, Santamaría y Uribe—no sólo tuvieron el contrato de la sal, sino el de las fabricas de tabaco. Estos renglones constituían para la economía de esos años las mayores ganancias. ¡Cómo sería lo que ellos ganaban! En los consejos de gobierno y en las tertulias se comentaba la necesidad de quitarles ese privilegio que resultaba oneroso para el fisco.

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