Ahora comienza un replanteamiento para defender lo que ha logrado en los 18 meses de mandato. Un acercamiento con los republicanos.
El Presidente Barack Obama, en pocos días tendrá conversaciones con líderes de ambos partidos y un acercamiento con el “Tea Party” para trazar un nuevo rumbo para el país.
Lo único nuevo de lo sucedido en las pasadas elecciones del 2 de noviembre en los Estados Unidos es el triunfo del grupo ultraconservador “Tea Party”, con el cual simpatizan 3 de cada diez votantes y que ha marcado estas elecciones. Este grupo aglutina a americanos de clase media y baja que han perdido la fe en las instituciones políticas por el desbocado gasto federal de parte del gobierno y la angustiosa situación económica, originada en el gobierno de George Bush.
Barack Obama indicó que lo que le ha ocurrido a él es lo mismo que sufrieron antes otros dos “grandes comunicadores” de la Casa Blanca —Ronald Reagan y Bill Clinton—, “porque la economía no estaba funcionando”. A su juicio “todo presidente necesita pasar por esto”. Además, Obama se reconoció embarcado en un ejercicio de profunda reflexión sobre su agenda de gobierno hasta la fecha, que en su opinión ha sido más una respuesta de emergencia que un deseo deliberado de expandir lo gubernamental en las vidas de los estadounidenses.
Forjar Acuerdos
Ante el nuevo mundo de poder político dividido que se plantea en Washington, el presidente no dejó de solicitar un esfuerzo para que republicanos y demócratas trabajen juntos, quizá empezando por cuestiones de política fiscal. Pero el propio Obama no dejó de reconocer que es mucho más fácil hablar de ello que forjar acuerdos de consenso en la primera fila de la política de Estados Unidos. Sobre todo por las diferencias ideológicas que existen entre los dos grandes partidos norteamericanos y el inmediato comienzo de la pugna electoral para las presidenciales de 2012.
Frente a las exigencias de los republicanos de un cambio de rumbo en el Gobierno federal, Obama recalcó que “ningún partido será capaz de dictar hacia dónde vamos a partir de ahora”. Aunque como hizo Bill Clinton ante la “revolución conservadora” de 1994, el presidente se ha ofrecido como mediador dentro de un requerido “debate honesto” entre demócratas y republicanos. Al perder la Cámara Baja y ver reducida la mayoría de su partido en el Senado, la agenda legislativa del presidente queda dificultada extraordinariamente en el nuevo Congreso. Por mucho que la derrotada «speaker» Nancy Pelosi se haya atrevido a desafiar los resultados de este pasado debate en estos términos: “Hemos llevado el país hacia una nueva dirección y no vamos a retornar a las políticas fallidas del pasado”.
El líder de la mermada mayoría demócrata en la Cámara Alta también se declaró a favor de preservar la agenda de Obama pero si es preciso con algunas concesiones. Según hizo saber el senador Harry Reid, reelegido en Nevada pese a una épica campaña del “Tea Party”, “si necesitamos ajustar impuestos para la gente que es realmente rica, voy a considerarlo; si tenemos que cambiar algo en la reforma sanitaria, estoy preparado; pero no voy en ninguna forma a denigrar del gran trabajo que hemos hecho”.
En 1982, a mitad del primer mandato de Ronald Reagan, los demócratas conquistaron 26 escaños en la Cámara de Representantes, aunque los republicanos consiguieron un puesto adicional en el Senado. El nivel de desocupados era del 10 por ciento, similar al actual. Reagan hizo campaña sobre todo en California, su cuna política. Dos años después sería reelegido con uno de los mayores márgenes de victoria en la historia electoral de EE.UU.
En 1994, también a mitad del primer mandato del presidente Clinton, los republicanos obtuvieron una rotunda victoria en las elecciones legislativas de aquel año. La llamada «revolución conservadora» logró hacerse con 54 escaños en la Cámara Baja y 8 puestos en el Senado. Lo que puso fin al Congreso que venían ejerciendo los demócratas durante las cuatro décadas anteriores. Bill Clinton adoptó la táctica de convertirse en un factor de moderación frente a los excesos republicanos y terminó asegurándose un segundo mandato.
En este momento se confirma el control del Senado por los demócratas. El presidente Barack Obama ha sido alcanzado pero no hundido; su derrota es grave, no catastrófica; el presidente necesitaba 60 votos sobre 100 en la cámara alta, difícil mayoría cualificada, no la tendrá ya en los próximos dos años, pero eso no evita que los escaños demócratas sean más en el Senado, 51 a 47, dos por decidir. Los republicanos amenazan con prácticas filibusteras, es decir, con torpedear las iniciativas legislativas del adversario con trucos varios, discursos de 12 o 14 horas para bloquear la actividad. Pero es probable que no lleguen a practicarlo, sobre todo en las ocasiones en que pueda ser posible un compromiso, mejor o peor. Más de dos siglos de experiencia han enseñado a unos y otros a amenazar sin ejecutar. Es decir, no forzar hasta el límite el voto del Senado facilitará la negociación y evitará el enfrentamiento sistemático, sorteando así un riesgo grave, no solo para las políticas locales o de los 50 estados sino para todo proyecto de Estados Unidos a nivel internacional.
El dificíl trabajo de Obama
Obama es un personaje afable, que busca el entendimiento con el contrario y pese a considerársele “progresista”, tiene una clara tendencia hacia el centro.
Obama en el debate presidencial, tras una campaña perfecta, logró la victoria en buena medida por su capacidad de entender la situación económica mejor que su rival republicano e inspirar moderación y unidad. Pretendía dejar atrás una presidencia que en ocho años dividió el país en dos bloques antagónicos, arruinó la economía y desprestigió la proyección de la superpotencia en el mundo. A cambio, las expectativas creadas en torno a la figura carismática del primer jefe de Estado perteneciente a una minoría racial en la historia de Estados Unidos fueron exageradas, rayando en el culto a la personalidad y la idolatría. Igualmente desmesurada fue la magnitud de los problemas que heredó —dos guerras y una economía al borde del colapso—.
El nuevo presidente decidió cumplir de modo inmediato con su programa de reformas (de salud, financiera, becas para estudiantes, rebajas de impuestos para clases medias y por supuesto el paquete de estímulo económico). Al no poder pactar con un partido republicano dispuesto a hacer una oposición frontal, optó por aprovechar la ventaja demócrata en el legislativo. Durante este año y medio, la actuación política del presidente Obama en ocasiones ha puesto de manifiesto su inexperiencia, por ejemplo en su primer intento de conseguir un valioso pacto de salud sin tener en cuenta el vuelco que podía suponer la pérdida del escaño demócrata en Massachusetts.
Esta limitada experiencia de Obama ya había sido detectada a lo largo de la campaña presidencial, aunque en dicho contexto era una ventaja, porque permitía construir la utopía, vender frescura y estilo sobre sustancia y encarnar de este modo el sueño americano, siempre orientado hacia un futuro nuevo y mejor. Pues bien, la paradoja de estos meses ha sido que Obama ha logrado reformas no menores y en mayor proporción que la mayoría de los presidentes en su primer mandato, pero sus logros han menoscabado su capacidad de emprender en vez de acrecentarla. En el terreno legislativo Obama ha actuado sin contar con pesos fuertes en el Capitolio que fueran sus aliados y protegieran su presidencia. En el ámbito de la comunicación no ha sido capaz de explicar los resultados de sus trabajos a pesar de sus buenas dotes para la pedagogía política. La pesada herencia recibida de George W. Bush ha acabado por ser un lastre. No solo ha movilizado en su contra a los republicanos, en cuyos márgenes extremos ha surgido un odio fanático hacia su figura sino que ha desencantado a la izquierda de su partido, impaciente y crítica con la Casa Blanca, a la que acusan de ser demasiado pragmática.
Trabajar con republicanos
La división del país en dos mitades del país ha empeorado a medida que el desempleo ha crecido y se ha extendido la sensación de que la recuperación económica esta vez tarda demasiado en llegar. Los malos resultados de las elecciones legislativas del 2 de noviembre suponen un revés muy serio para Obama, que es en buena parte responsable del retroceso demócrata. No obstante, como político puro que es, con condiciones extraordinarias para el servicio público ya ha empezado a reinventarse.
El hoy derrotado Obama ha demostrado a lo largo de su vida una gran capacidad de recuperación. Tiene algo de apostador en situaciones difíciles como ocurrió cuando inició su carrera política en Chicago y no consiguió suficientes votos de afroamericanos o cuando se presentó a las primarias presidenciales aunque nadie lo tomase del todo en serio. Ya ocupa un sitio en la historia pero sabe que desde hoy debe hacer todo lo posible para ganar de nuevo en 2012, reconstruyendo la coalición que lo eligió. Necesita afirmar su figura y su visión, de modo que su paso por la política norteamericana no se interprete solo en función del deseo muy extendido de cambio que tuvo lugar al final de la presidencia anterior.
Como hizo Bill Clinton una vez que su partido perdió el control del legislativo en 1994, Barack Obama podría intentar ser en lo sucesivo más presidente, elevarse por encima de los partidos y aprovechar así sus mejores cualidades, aquellas que le llevan a ser un símbolo nacional y un arquetipo de una generación de votantes nuevos, los de la generación del milenio, volcados en la autoexpresión en las redes sociales y decisivos hace dos años. Esta reinvención de Obama no será fácil porque la aguda división del país en dos mitades no deja mucho resquicio para triunfar como estadista moderado y centrista pero no es imposible. La situación de bloqueo legislativo con la Cámara de Representantes en manos republicanas y el Senado todavía con mayoría demócrata le debería permitir desgastarse menos y exponer la falta de un proyecto claro de sus rivales a la hora de tomar medidas económicas y sociales contra la crisis. Mientras expone a los republicanos como el partido del no, esperará la ansiada recuperación económica, clave en los comicios de 2012 y podrá seguir empleando el no despreciable poder regulatorio del Ejecutivo. Las normas y costumbres que regulan la presidencia de Estados Unidos posibilitan además la encarnación en una persona de los ideales de la gran nación norteamericana, en buena parte por la gran responsabilidad que atribuyen al presidente en política exterior y en defensa y previsiblemente Obama dedicará más esfuerzos a estas tareas.