Difícil no estar de acuerdo con las opiniones del Concejal de Medellín Juan Felipe Campuzano, en su twiter: “No pasa absolutamente nada (…) los sicarios felices comprando marrano, mientras hay una familia completamente destrozada y una sociedad consternada”; refiriéndose al asesinato del médico Daniel Areiza y la muerte de una señora en Medellín por robarle un celular. Y más difícil aún, si pensamos en el técnico Luis Fernando Suárez que sigue postrado en una silla mientras que sus agresores, condenado a no más de cinco años, ya están en libertad.
Los sicarios y ladrones que ejecutan estos actos viles, contra personas honestas, no son otra cosa que hombres de la peor pelambre, sin valores morales ni condición humana, que alardean ante su grupo de ser ¡bravos pal trabajo!; y el trabajo no es otro que segar vidas por el más mínimo precio. No es que estemos de acuerdo con la pena de muerte, o con “hacer sangrar a los sicarios”, como agrega, en palabras equivocadas, el mismo Campuzano, pero el cuadro que pinta es conmovedor y humillante para una sociedad en la que el 95% de las personas sienten respeto por los demás y son incapaces de causar el más mínimo daño. Lo que hay que lamentar, frente a esta inseguridad salida de madre, es que el hampa no tiene temor porque se escuda tras la impunidad, la justicia laxa que tenemos y la impotencia de las autoridades para alcanzarlos, en la mayoría de los casos. Campuzano, frente a un país permisivo y para nada justo ante los culpables, puso el dedo en la llaga y hace entender que los castigos drásticos para este tipo de crímenes viles y aberrantes, son válidos. Según la biblia, cuando el Faraón atropellaba los judíos, para que la venganza de los ángeles no llegara a las víctimas, un mensajero divino hizo pintar las puertas de sus casas con sangre de cordero y para derrotar a Lucifer el ángel malvado y rebelde, vino Luz-bel, el bueno, con su ejército armado de espadas de fuego e hizo justicia, por eso todos, buenos y malos, le tememos la ira de Dios. Es hora de que los malos le teman a la ira de una justicia, justa, honesta, despolitizada y soberana.