Por Gilberto Castillo:
Ideas “descabelladas” o geniales casi siempre son producto o de la soledad o de la incapacidad que en determinado momento viven su autores. Pues así como Cervantes y Wilde escribieron sus obras, El Quijote y Balada de la cárcel de Reading mientras estaban en la cárcel, José Ever Medina tuvo una quijotesca idea mientras cumplía una incapacidad médica.
«Me había fracturado una pierna y el doctor me ordenó guardar quietud por 50 días. Para distraerme, la única alternativa que tuve fue la de revolver mis libros, y entre ellos encontré uno de los Guinnes Records. Después de leerlo llegué a la conclusión de que si aprovechaba el tiempo de mi enfermedad, yo también podría figurar en él».
Pero el trabajo de José no empezó exactamente allí, porque antes de empezar a transcribir Cien Años de Soledad a mano, en tinta negra, con sus puntos, comas y tildes en un papel de calculadora, se puso a contar palabra por palabra. Después de 27 horas de trabajo supo que las 330 páginas de la novela cumbre de nuestra literatura, contenían un total de 137.750 palabras.
Terminada esta labor, se dio a la tarea de transcribir el libro en 86 cintillas de papel para máquina calculadora, las cuales, unidas entre sí, tienen una extensión de 2.891 metros.
A punto de no terminar
En la transcripción total de la obra empleó 207 horas y 50 minutos y muchas veces estuvo a punto de abandonar el proyecto de figurar en el libro Guinnes, por creerlo demasiado trivial y sin interés para nadie. Sin embargo, en esos momentos de flaqueza, aparecía Álvaro Arboleda Martínez, «mi ángel de la guarda», que con dos o tres frases lo estimulaba para que siguiera adelante.
«Además de él, quienes más me ayudaron fueron mis compañeros del banco. Ellos, de vez en cuando, se dejaban caer por mi casa, no tanto para visitarme como para saber en qué iba mi trabajo».
Desde un primer momento, José Ever tuvo la idea de que la novela de García Márquez era el puente ideal para registrar su nombre en la lista de los Guinnes records, «Para mí no había ninguna otra obra que mereciera el esfuerzo».
Pero como tanto esfuerzo no puede quedar a la deriva, para cerciorarse que su idea estuviera bien protegida, en una notaría de la ciudad de Neiva la registró mediante escritura pública, en la cual, además de la cantidad de rollos que empleó, figura la marca de la tinta y del esfero con que escribió sus casi tres kilómetros de palabras. Por si fuera poco, para no correr riesgos innecesarios con su obra, en el bus que lo trajo de Neiva a Bogotá, compró dos puestos, uno para su gigantesco rollo de cinta y otro para él.
¿Quién es?
José Ever es natural de Ibagué y vive en Neiva, donde se desempeña como oficial administrativo de una institución bancaria. Está casado, es padre de una niña de nueve años y mientras hace conocer su obra en Colombia, aguarda con tranquilidad la decisión de los jueces del Guinnes. «Después de todo, si no me registran en su libro, ya sembré un árbol, ya tengo una hija y ya ‘escribí’ un libro».