Colombia es un país secuestrado y con él lo están sus 40 millones de habitantes, o mejor 39.900.000, porque los 100.000 restantes, son los secuestradores. Y estamos secuestrados por los corruptos, por las guerrillas por los narcotraficantes y por la misma rama judicial, que atrapada en sus propia crisis es incapaz de aplicarle las leyes al culpable, proteger al inocente y al ciudadano de bien. Los carruseles de las pensiones tantas veces denunciados, las luchas de poder interna que se generan en las altas cortes y tribunales de justicia y que se conocen muy bien, la desidia, la burocracia y los intereses personales de los altos juristas, son los mejores aliados de ese puñado de delincuentes, que ante la inoperancia de nuestros jueces han sido capaces de poner al país de rodillas. Y más secuestrados estamos, cuando a los concejos, a las asambleas, a las alcaldías y gobernaciones llegan camuflados, entre unos pocos legisladores honestos, delincuentes de cuello blanco de la peor calaña. Para la muestra de un botón, algo más 10 gobernadores han sido encarcelados o destituidos durante los últimos años no sólo por actos corruptos sino por haber impartido ordenes de asesinatos mediante el uso de sicarios. Igual cosa ocurre con muchos alcaldes de ciudades grandes y pequeñas empezando por la Capital de la República, donde ediles y gobernantes se han unido de manera descarada para desangrar el presupuesto de las ciudades y municipios sin contemplación. Más de 80 senadores están en la cárcel por parapolítica, por corrupción y por haber ordenado hasta masacres, entre estos 5 ex presidentes del Congreso de la República.
Si a esto le agregamos el accionar de las llamadas bacrim, de la guerrilla y de los paramilitares que se han apropiado de todos los presupuestos oficiales incluidos el de la salud, así como falsos positivos cometidos por nuestras fuerzas armadas legalmente constituidas, resultaría inútil pensar que nuestra situación no es la de un país secuestrado ante las narices de una justicia, corrupta, burocratizada, politizada y prostituida, imposible calificarla de otra forma.