Por: Antonio José Caballero
El día en que me embarqué en ese gran edificio del mar, el rompe-hielos Almirante Irízar de la Armada Argentina, jamás imaginé que ese iba a ser el último viaje de este coloso de la historia antártica, y que diez días después de haberlo dejado bueno y sano en la base antártica de Marambio, se iba a incendiar como un volcán en las aguas heladas del Atlántico Sur.