Los últimos días de José Eustasio Rivera en la ciudad de Nueva York
Por: Gilberto Castillo
José Eustasio Rivera o “Tacho”, como lo llamaba su familia, nació el 19 de febrero de 1888 y el próximo primero de diciembre se cumplen 80 años de su muerte, en la ciudad de Nueva York.
De niño fue muy inquieto, tenía la costumbre de volarse del internado para ir a prenderle fuego a las basuras de la plaza de mercado de Neiva. Sorprendido por sus superiores fue expulsado del colegio. Cuando su familia se trasladó a Neiva, fue matriculado como alumno externo en el mismo plantel, pero al ser “pillado” fuera de clase mientras cazaba pájaros, fue suspendido nuevamente. Finalmente “Tacho” logró terminar sus estudios en el colegio Luis Gonzaga.
José Eustasio Rivera ocupó varios puestos en el Gobierno colombiano, empezando por el de inspector escolar en Ibagué, hasta llegar a la Cámara de Representantes y ser miembro de varias misiones diplomáticas, cargo con el cual visitó países comoMéxico, Perú, Guatemala y otros.
Decepcionado de la política, al final de sus días, viajó a los Estados Unidos, donde tuvo como a uno de sus amigos más cercanos, al periodista Carlos Puyo Delgado, quien en su momento, contó los trágicos momentos de Rivera en NuevaYork.
Si tengo que barrer ¡barro!
“José Eustasio Rivera llegó a Nueva York un miércoles de la última semana de abril de 1928 – recuerda Carlos Puyo-. En esa época, yo trabaja como corresponsal del “Mundo al Día” y de otros periódicos. Una de las primeras cosas que él hizo, después de hospedarse en el hotel Le Marquis, fue visitarme. Mis oficinas estaban ubicadas enLe Moore Street. Esa tarde salimos de allí caminando y mientras charlábamos fuimos a sentarnos en los bancos de un parque. Me contó que había salido de Colombiadecepcionado porque los políticos, sobre todos los conservadores, le habían prometido muchas cosas y al final no resultaron con nada. Cuando me explicó su propósito de radicarse en los Estados Unidos, le dije que lo veía muy difícil, porque las fuentes de trabajo para los latinos era escasas. ¡No me importa!, respondió con firmeza. Estoy dispuesto a hacer cualquier sacrificio. Si hay necesidad de barrer, ¡barro! Pero ¡aquí me quedo!
El tenía como objetivo principal fundar la Editorial Andes, a través de la cual buscaba editar libros de autores colombianos, primero, y latinoamericanos después, para que fueran ofrecidos a precios módicos y de esta manera nuestra literatura tuviera mayor difusión”. La primera edición que hizo bajo el supuesto patrocinio de la Editorial Andes, la cual nunca se desarrolló, fueron tres ejemplares de La Vorágine, “los que me entregó diciéndome que uno era para mí y los otros dos para que se los enviara aColombia con el piloto Benjamín Méndez (quien el 23 de noviembre de ese año realizaría el primer vuelo directo entre Nueva York y Bogotá), al presidente Abadía Méndez y al director de la Biblioteca Nacional.
En la colonia colombiana era el más entusiasta
Rivera era un hombre ordenado, pulcro, tranquilo y con una gran confianza en el porvenir. En nada se parecía al muchacho campesino, alegre y juguetón que componía coplas, acrósticos y hacía desternillar de la risa a sus compañeros de clase.
“De nuestra colonia, era el hombre más importante y más entusiasta con los proyectos que tuvieran que ver con nuestro país –agrega Carlos Puyo– . Por eso, y a pesar de estar enfermo, me prometió que asistiría a despedir el primer vuelo del avión Ricaurte, piloteado por Benjamín Méndez. Quedamos de encontrarnos a las 8 p.m. en el Park Linn Hotel, donde nos hospedaríamos, para en la madrugada ir a despedir el avión. Esa noche lo esperé como hasta las diez y cuando resolvía acostarme, un empleado me dijo que alguien me buscaba.
Al regresar al lobby me encontré con José Eustasio: ‘¿Qué te pasó?’, le dije, mientras le estrechaba la mano. ¡Me siento enfermo!…creo que el mal que siempre me ha molestado desde mis andanzas por el Amazonas, quiere reaparecer y con estos fríos no es para menos. Como a esa hora ya no había habitaciones disponibles, le sugerí al encargado del hotel que pusiera otra cama en mi cuarto.
Esa noche, no sé si dormido o despierto, porque no me atreví a llamarlo, empezó a tener un ronquido seco y agudo, era como una especie de gorgoteo extraño. A las cuatro de la mañana, habiendo pasado la noche en vela, nos levantamos porque el vuelo debía salir a las 4:30.
Quienes a esa hora estuvimos en el aeropuerto, no podremos olvidar la gran alegría que José Eustasio sentía por la hazaña que iba a realizar Méndez. Era una alegría casi infantil, que a todos nos contagió.
Muere Rivera y nace en Nueva York La Vorágine
En Nueva York, después de vivir en el hotel Le Marquis, José Eustasio se instaló en un apartamento. Allí vivía solo, tal vez añorando a Colombia, y con ella, a su última novia, Lolita Durán, a quien quiso enormemente, sin llegar a formalizar nada, debido a la diferencia de edad.
“El domingo –continúa Carlos Puyo– amaneció más enfermó y a pesar de que no se levantó, estuvo corrigiendo las pruebas tipográficas de la que sería la quinta edición de La Vorágine. Ese lunes, en la cama, recibió al editor y el martes 27 se levantó y atendió a un grupo de amigos, con quienes estuvo charlando animadamente. El miércoles tenía algunos compromisos pero no los pudo cumplir, porque estaba muy débil y sentía un fuerte dolor en el lado izquierdo de la cabeza.
A las 5 y media de la tarde, unos minutos después de que se despidieron de él la señorita Bertha Rosas y otra dama colombiana, que lo habían atendido durante el día, le sobrevino un derrame cerebral y en estas condiciones fue encontrado por don José Velasco, quien venía a visitarlo, ya que se había convertido en una especie de secretario desde que Rivera llegara a Nueva York. Cuando me avisó por teléfono, le sugerí que llamara al doctor Eduardo Hurtado, quien lo venía atendiendo. El médico lo hizo trasladar al hospital Policlínico donde se le declaró en estado de coma, el cual concluyó con su muerte el sábado 1º de diciembre a las 12:50 de la tarde. Irónicamente el mismo día en que apareció en Nueva York la quinta edición de su novela.
No había dinero para sacar el cadáver
“La cuenta del hospital, más los honorarios de los médicos ascendían a un total de 540 dólares –señala Carlos Puyo-. En la morgue se negaron a entregar el cadáver, mientras la deuda no fuera cancelada. El cónsul de Colombia cablegrafío a Bogotá pidiendo el dinero, pero éste se demoraba en llegar, fue don Germán Olano quien corrió con los gastos: ‘!No podemos permitir que el cadáver de un colombiano tan ilustre se quede empeñado!’, me dijo. Finalmente sus restos fueron traídos a Bogotáen un barco de la United Fruit, llegando estos primeros que el avión Ricaurte, que tan alegremente había despedido en Nueva York, pues el vuelo sufrió varios percances y debió hacer escala en distintos sitios”.
Estimado señor: Quisiera saber si existe algún descendiente vivo del periodista Carlos Puyo Delgado en la actualidad, pues me gustaría establecer contacto con él o ella. Me explico: Estuve viviendo durante siete años en Nueva York y allí anduve tras las huellas de José Eustasio Rivera, donde estableció amistad con Carlos Puyo Delgado. He venido trabajando en una crónica sobre los últimos meses de vida del poeta para la cual ha sido de gran ayuda la biografía de Eduardo Neale-Silva, pero existen muchos vacíos que no he podido llenar y, me preguntaba, si alguno de los descendientes del periodista tuviera alguna información relevante o documentos sobre el particular que me pudieran ayudar.
Le agradezco de antemano la atención que se sirva prestar a la presente, por lo que quedo a la espera de su atenta respuesta.
Cordialmente,
Ricardo Rodríguez Morales